Por la ventanilla del tranvía desfilan con vértigo las fachadas grises y los árboles húmedos. Atardece después de un dí...
Por la ventanilla del tranvía desfilan con vértigo las fachadas grises y los árboles húmedos. Atardece después de un día de lluvia y esta se ha degradado a una llovizna que cae como con miedo. Él conoce las calles de esa ciudad, pero ignora sus nombres. Puede sentir la monotonía que se repite en el silencio de los zaguanes y en el deterioro de las casas bajas, invariables en su simpleza: una puerta alta de dos hojas, ventanas a los lados con un simulacro de balcón. Dentro de ellas, la tristeza asume ritos incomprensibles, como demorar un mate entre silbidos de tangos mal aprendidos. Muchas veces, caminando, se ha detenido a escuchar esa parodia de la vida, esa mansa actitud de entrega, de renunciamiento. Por entre las celosías entornadas ha sentido crecer la melodía que se alterna con la voz gangosa de un speaker anunciando las ofertas de una farmacia.
Ha descendido en una esquina cualquiera y mira alejarse la máquina roja y amarilla. El chisporroteo de las ruedas sobre el riel lo distrae como cuando niño. Es posible que el tranvía haya quedado vacío: no ha visto a nadie guiándolo, o tal vez no ha mirado bien.
Pela janela do bonde desfilam com vertigem as fachadas cinza e as árvores úmidas. Entardece depois de um dia de chuva, e ela se reduziu a uma garoa que cai como se tivesse medo. Ele conhece as ruas dessa cidade, porém ignora seus nomes. Pode sentir a monotonia que se repete no silêncio dos saguões e no deterioramento das casas baixas, invariáveis na sua simplicidade: uma porta alta de duas folhas, janelas aos lados com um simulacro de sacada. Dentro delas, a tristeza assume ritos incompreensíveis, como demorar um chimarrão entre assobios de tangos mal aprendidos. Muitas vezes, caminhando, parava para ouvir essa paródia da vida, essa mansa atitude de entrega, de renúncia. Por entre as gelosias encostadas, ele sentia crescer a melodia se alternando com a voz fanhosa de um speaker anunciado as ofertas de uma farmácia.
Ele desceu numa esquina qualquer e olha a máquina vermelha e amarela se afastar. O crepitar das rodas sobre os trilhos o distrai como quando era criança. É possível que o bonde tenha ficado vazio: ele não viu ninguém o guiando, ou talvez não tenha olhado bem.
Está extraviado y es domingo. Tiene la certeza del día por esa inconfundible opresión que flota en el aire cuando el domingo se va muriendo. Los tranvías siguen pasando, lanzados trabajosamente hacia ninguna parte, siguiendo el itinerario de los rieles como bestias autómatas. Es inquietante verlos desfilar por la avenida y saber —con extraño convencimiento— que no tienen regreso.
Sobre las calles, todavía húmedas y tapizadas de hojas secas descomponiéndose en los charcos, se agita un murmullo de conversaciones urgentes y de radios mal sintonizadas que difunden marchas militares. Espera a alguien que sabe que no vendrá: desde una ventana alejada, un anciano lo mira con curiosidad o miedo. Bajo un farol de luz amarilla imagina posibles causas de la tardanza, pero no logra recordar a quién espera, la música lo distrae con sus disonancias. A lo lejos, en las calles desiertas, se ven fuegos. Fogatas que se agitan y arden lentamente, venciendo a la humedad, quemando montículos de basura, desechos de fábricas remotas o casas a punto de ser demolidas. Deslumbrado, sigue la senda que le indican las humildes flamas hasta llegar a predios baldíos, invadidos por el olor de la quema, que es espeso y comparable a una neblina sucia. Un vaho de materia degradada se licúa con la llovizna y dificulta su respiración. Comprende —porque vagos signos se lo sugieren— que ha estado antes allí, pero ignora cuándo y para qué. Apenas si intuye que debe atravesar ese territorio devastado para llegar cuanto antes a su casa y que es probable que el esperado sea él y que la demora la esté sufriendo otro.
Está extraviado e é domingo. Tem a certeza do dia por essa inconfundível opressão que flutua no ar quando o domingo vai morrendo. Os bondes seguem passando, lançados trabalhosamente a parte alguma, seguindo o roteiro dos trilhos como bestas autômatas. É inquietante vê-los desfilar pela avenida e saber – com estranho convencimento – que não têm volta.
Sobre as ruas, ainda úmidas e atapetadas de folhas secas se decompondo nas poças, agita-se um murmúrio de conversas urgentes e rádios mal sintonizados que difundem marchas militares. Espera alguém que, ele sabe, não virá: de uma janela afastada, um idoso o olha com curiosidade ou medo. Sob um farol de luz amarela, imagina possíveis causas para a demora, mas não consegue se lembrar de quem espera, a música o distrai com suas dissonâncias. Ao longe, nas ruas desertas, veem-se fogos. Fogueiras que se agitam e ardem lentamente, vencendo a umidade, queimando montículos de lixo, resíduos de fábricas remotas ou casas prestes a serem demolidas. Deslumbrado, ele segue a senda que apontam as humildes flamas até chegar a terrenos baldios, invadidos pelo cheiro da queima, que é espesso e comparável a uma névoa suja. Um bafo de matéria degradada se liquefaz com a garoa e dificulta sua respiração. Compreende — porque vagos sinais o sugerem — que ele já esteve ali, mas ignora quando e para quê. Apenas intui que deve atravessar esse território devastado para chegar o quanto antes a sua casa e que é provável que o esperado seja ele mesmo e a demora esteja sendo sofrida por outro.
Ahora con la vaga esperanza —acaso el término es excesivo— de que tras el laberinto de callejas y terraplenes fantasmales se abra el espacio generoso de una plaza, la elemental alternancia de faroles, bancos y arbustos, un busto sin nombre para recordar a nadie. Eso sería un respiro, la posibilidad de recomponer el itinerario y acceder por fin a la esquina familiar que lo oriente. Eso y comprobar que no ha sido seguido, descubrirse en la rutina autómata de mirar hacia atrás con el pretexto de toser o acomodarse las solapas húmedas, excesivamente levantadas. De ahí a saberse huyendo, furtivo entre las sombras que se alargan y diluyen, median dos pasos hasta un zaguán sombrío y pletórico de cretonas y madreselvas, el piso ajedrezado que apenas permite se dibujen sus zancadas largas hasta la escalera de madera apolillada que sube atenazado por la angustia.
Se siente viejo e incapaz de comprender por qué vive allí, en ese lugar frío, en esa pieza de tres por cuatro en la que se mete no sin cierto alivio, buscando a tientas la cama para tenderse de bruces, zambullirse en la negrura de una colcha extraña, fibrosa, asfixiante. Está agitado y sus oídos auscultan cada palmo del silencio, obligándose a inventariar cada imperceptible crujido, incapaz de moverse ni de respirar, porque la rutina también le exige mimetizarse con los pliegues, irse enhebrando en el dibujo fantástico hasta desaparecer, ser tragado por sus trazos de basta geometría y quedar oculto por el camuflaje.
Agora com a vaga esperança — acaso o termo seja excessivo — de que, após o labirinto de ruelas e terraplenos fantasmais, se abra o espaço generoso de uma praça, a elementar alternância de faróis, bancos e arbustos, um busto sem nome para não recordar ninguém. Isso seria um respiro, a possibilidade de recompor o itinerário e ter acesso finalmente à esquina familiar que o oriente. Isso, e comprovar que não foi seguido, descobrir-se na rotina autômata de olhar para trás com o pretexto de tossir ou ajeitar suas lapelas úmidas, excessivamente levantadas. Dali até se saber fugindo, furtivo entre as sombras que se alongam e diluem, medeiam dois passos até um saguão sombrio e pletórico de coleus e madressilvas, o chão xadrez que apenas permite que sejam desenhados seus passos longos até a escada de madeira roída por cupins, a qual sobe atenazado pela angústia.
Sente-se velho e incapaz de compreender por que mora ali, nesse lugar frio, nesse quarto de três por quatro metros no qual se mete não sem certo alívio, tateando a cama para debruçar-se, mergulhar-se na negrura de uma colcha estranha, fibrosa, asfixiante. Está agitado e seus ouvidos auscultam cada palmo do silêncio, obrigando-se a inventariar cada imperceptível rangido, incapaz de se mover nem de respirar, porque a rotina também lhe exige mimetizar-se com as pregas, ir se enfiando no desenho fantástico até desaparecer, ser engolido por seus traços de rude geometria e ficar oculto pela camuflagem.
Recién entonces accede a la otra negrura, ya inmóvil e invisible, menos que un bulto, con el recuerdo de las fogatas bailoteando en su mente y el aroma de los charcos impregnado en la piel.
Le asalta una visión inquietante: un cielo claro desplegado como una bandera, el verde interminable de un jardín cruzado de senderos y árboles rectos, inmóviles en una tarde sin viento. Se sabe el dueño y el hacedor del lugar, que adivina rodeado de muros que circundan fosos. Desde la poltrona bajo la glorieta, contempla sus dominios —que incluyen una finca, puentes, perros guardianes, estatuas y relojes solares— y puede sentir el tedio y la fatiga del que ya no aguarda sorpresas. Está solo y recuerda una ciudad atardecida, la emoción de una espera y la trepidante urgencia del que huye. Pero sabe que el recuerdo no es propio: lo ha inventado todo con aplicación y minucia. Puede evocar tranvías que jamás ha tomado y calles de precaria arquitectura. Con fervor se instala en esquinas que nunca habrá de pisar y les agrega olores y sonidos, detalles incomprensibles que lo maravillan y distraen. Bajo el sol, añora el castigo improbable de una llovizna turbia y el desolado rostro de un viejo en una ventana. Alguien recita las bondades de una farmacia con la candorosa rima de un escolar y el fondo obsesionante de sones marciales estruja definitivamente el silencio.
Só nesse momento tem acesso a outra negrura, já imóvel e invisível, menos que um vulto, com a lembrança dos fogões dançando na sua mente e o aroma das poças impregnado na pele.
Assalta-o uma visão inquietante: um céu claro desdobrado como uma bandeira, o verde interminável de um jardim atravessado de sendas e árvores retas, imóveis numa tarde sem vento. Sabe-se o dono e fazedor do lugar, que adivinha rodeado de muros que circundam fossos. Da poltrona debaixo do alpendre, contempla seus domínios — que incluem um sítio, pontes, cães de guarda, estátuas e relógios solares — e pode sentir o tédio e o cansaço daquele que já não espera surpresas. Está só e lembra uma cidade entardecida, a emoção de uma espera e a trepidante urgência daquele que foge. Mas sabe que a lembrança não é própria: inventou tudo com aplicação e minúcia. Pode evocar bondes que jamais pegou e ruas de precária arquitetura. Com fervor se instala em esquinas que nunca haverá de pisar e adiciona-lhes odores e sons, detalhes incompreensíveis que o maravilham e distraem. Sob o sol, tem saudades do castigo improvável de uma garoa turva e do desolado rosto de um velho numa janela. Alguém recita os benefìcios de uma farmácia com a candorosa rima de um escolar, e o fundo obcecante de sons marciais esmaga definitivamente o silêncio.
En forma simultánea y desaforada todo acude a su mente agobiada y entonces, en la cúspide del esfuerzo, entrevé las fogatas, la pensión, la escalera, el crujir acompasado de los escalones, la puerta oscura que se abre, la colcha fría, el dibujo simple que empieza a tragarse el bulto, a envolverlo como una red endeble que su fatiga no puede vencer, incapaz ya de seguir huyendo o de esperar a alguien que no vendrá.
De forma simultânea e desaforada, tudo acode a sua mente agoniada e então, na cúspide do esforço, entrevê as fogueiras, a pensão, a escada, o ranger compassado dos degraus, a porta escura que se abre, a colcha fria, o desenho simples que começa a engolir o vulto, a envolvê-lo como uma rede fraca que seu cansaço não pode vencer, incapaz já de continuar fugindo ou de esperar por alguém que não virá.
Traduzido por Carla Rapetti e Federico Sörensen