Las tres ancianas negras que vivían en el barrio La Cachimba, de Salto, tuvieron el mismo sueño, en la misma noche. El pájaro negro de ala...
Las tres ancianas negras que vivían en el barrio La Cachimba, de Salto, tuvieron el mismo sueño, en la misma noche.
El pájaro negro de alas blancas aparece de la nada en un cielo tan rojo que parece vomitar sangre. Comienza a volar en círculos. En la selva virgen —no mancillada aún por pies blancos— hay quietud. Donde todo es movimiento y bullicio, hay silencio. En el pálido horizonte se ve la figura inmóvil de un elefante de gigantescos colmillos recostada junto a un sol que agoniza. De pronto, el pájaro negro de alas blancas se lanza en picada. Al tocar la tierra hirviente se transforma en un leopardo que comienza a correr desesperado entre la vegetación exuberante y lujuriosa. Un león ruge. Hay un río y una cascada con cocodrilos ahogados. Los chimpancés chillan desde las copas de los árboles enmarañados y enhiestos, donde una serpiente se enrosca entre las ramas. Manadas de cebras, jirafas y antílopes huyen despavoridas. El leopardo que corre se detiene, alza la cabeza, mueve el hocico, olfatea, espera, se agazapa, salta y atraviesa un arco de fuego que lo devora. Entonces, desde el fondo de una caverna oscura, se oye el llanto de un niño. Después, el llanto es una risa estruendosa, igual que el súbito estallido de un volcán dormido.
As três anciãs negras que moravam no bairro La Cachimba, de Salto, tiveram o mesmo sonho, na mesma noite.
O pássaro negro de asas brancas aparece do nada em um céu tão vermelho que parece vomitar sangue. Começa a voar em círculos. Na selva virgem — não maculada ainda por pés brancos —, há quietude. Onde tudo é movimento e burburinho, há silêncio. No pálido horizonte, vê-se a figura imóvel de um elefante de gigantescas presas encostada junto a um sol que agoniza. De repente, o pássaro negro de asas brancas se lança em voo picado. Ao tocar a terra fervente, transforma-se em um leopardo que começa a correr desesperado entre a vegetação exuberante e luxuriosa. Um leão ruge. Há um rio e uma cascata com crocodilos afogados. Os chimpanzés guincham desde as copas das árvores emaranhadas e eretas, onde uma serpente se enrola entre os galhos. Manadas de zebras, girafas e antílopes fogem espavoridas. O leopardo que corre para, ergue a cabeça, mexe o focinho, fareja, espera, acaçapa-se, salta e atravessa um arco de fogo que o devora. Nesse momento, do fundo de uma caverna escura, ouve-se o pranto de uma criança. Depois, o pranto é uma risada estrondosa, igual ao súbito estalo de um vulcão adormecido.
Las tres ancianas negras comprendieron de inmediato el significado de ese terrible sueño: luego de muchísimas lunas, Watawi, el dios-niño, había despertado. Tal cual lo sabían las abuelas de sus abuelas, a ningún hombre podían revelar jamás lo soñado. Watawi era un dios alegre y travieso. Pero celoso y cruel, como todo niño.
El padre Benjamín Uriarte también soñó esa noche… pero con Lilith, la reina de los súcubos. El terror de los durmientes, la que según los textos apócrifos —que leía a escondidas en los fríos y oscuros pasillos del seminario— había sido amante de Adán años después que se separó de Eva. La misma que tentó a Jonás cuando quedó prisionero dentro del gran pez. Lilith, en forma de mujer alada, le decía algo en arameo que no alcanzaba a comprender.
Se levantó empapado en sudor, temblando. Quiso rezar un padrenuestro y un avemaría. No pudo. Las plegarias le salieron atravesadas. Tuvo un mal presentimiento y rogó para que Dios le diera fuerzas. ¿Dios? El Padre Eterno se comportaba muchas veces, bien lo sabía, como un déspota caprichoso. «Siempre hay algo que ignoramos», pensó.
As três anciãs negras compreenderam imediatamente o significado desse terrível sonho: depois de muitíssimas luas, Watawi, o deus-criança, tinha acordado. Tal como sabiam as avós de suas avós, a homem nenhum podiam revelar jamais o que tinham sonhado. Watawi era um deus alegre e arteiro. Mas ciumento e cruel, como toda criança.
O padre Benjamín Uriarte também sonhou naquela noite… mas com Lilith, a rainha dos súcubos. O terror dos que dormem, aquela que, conforme os textos apócrifos — que ele lia às escondidas nos frios e escuros corredores do seminário —, tinha sido amante de Adão anos depois de ele ter se separado de Eva. A mesma que tentou Jonas quando ele ficou prisioneiro dentro do grande peixe. Lilith, em forma de mulher alada, dizia-lhe algo em arameu que não conseguia a compreender.
Levantou-se encharcado em suor, tremendo. Quis rezar um pai-nosso e um ave-maria. Não conseguiu. As preces saíram atravessadas. Teve um mau pressentimento e rogou para que Deus lhe desse forças. Deus? O Pai Eterno agia muitas vezes, ele bem sabia, como um déspota caprichoso. “Sempre há alguma coisa que ignoramos”, pensou.
Nada fue igual a partir de ahí en La Cachimba. Los vecinos, muy humildes, estaban malhumorados sin saber por qué. Los faroleros que salían diariamente con sus escaleras, tachos de queroseno y manojos de estopa para asear las lámparas del alumbrado público se hallaban nerviosos. Cada vez que hacían su labor sentían una presencia oculta que los acechaba. Algunos creyeron ver la sombra de un niño que se deslizaba. Otros sospechaban que había un alma en pena en busca de reposo.
En la pulpería La Rueda, de Zenón Melgarejo y señora, los parroquianos, entre copa y copa, comentaron que desde abajo del empedrado de la calle Cervantes manaba un tufo raro. Parecía que alguien, en las profundidades, estuviera quemando dulces y yerba. Los animales estaban sobresaltados. La mismísima diligencia La Flor de Salto casi sufre un accidente al desbocarse sus caballos como si hubiesen sido atacados por un enjambre de abejas invisibles.
Los dorados, canarios y cardenales no querían cantar y languidecían en sus jaulas. Las gallinas no ponían huevos. Jaurías de perros aullaban lúgubremente al morir el día, a la entrada del camposanto.
Nada foi igual a partir daí em La Cachimba. Os vizinhos, muito humildes, estavam mal-humorados sem saber por quê. Os lanterneiros que saíam diariamente com suas escadas, tachos de querosene e punhados de estopa para limpar as lâmpadas da iluminação pública estavam nervosos. Toda vez que faziam seu trabalho, sentiam uma presença oculta que os espreitava. Alguns acreditaram ver a sombra de uma criança que se deslizava. Outros suspeitavam que havia uma alma penada à procura de repouso.
Na venda La Rueda, de Zenón Melgarejo e esposa, os fregueses, entre uma dose e outra, comentaram que emanava de baixo do empedrado da rua Cervantes um fedor esquisito. Parecia que alguém, nas profundezas, estivesse queimando doces e erva-mate. Os animais estavam sobressaltados. Até a própria diligência La Flor de Salto quase sofre um acidente quando seus cavalos desbocaram-se como se tivessem sido atacados por um enxame de abelhas invisíveis.
Os coroinhas, canários e cardeais não queriam cantar e languesciam em suas gaiolas. As galinhas não botavam ovos. Matilhas de cães uivavam lugubremente ao morrer do dia, na entrada do campo-santo.
Las comadres decían que en una chacra había nacido un becerro con dos cabezas que fue sacrificado rápidamente y enterrado en un lugar ignoto. Y un mediodía, cuando el sol se ocultó detrás de nubes que parecían rostros, los gurises que pescaban en el arroyo Ceibal vieron a los peces salir escupidos del agua y caer, sin misericordia, sobre ellos.
La lluvia de peces alertó a las tres ancianas negras. Las cosas podían empeorar. Watawi debía concederle un deseo a una mujer a punto de parir para poder dormir otra vez. Era el único arrullo posible. Mientras eso no ocurriese, La Cachimba no se libraría de los caprichos del dios-niño.
Las tres ancianas negras se reunieron secretamente en un apartado rincón de los intrincados laberintos de la Isla del Gato Negro. Fue Dominga, la de los ojos color de niebla, la primera que habló:
—Watawi tiene sueño.
—Está fastidiado —confirmó Zolaida, la de los pies planos, con temeroso respeto.
—Quiere volver a su cuna de piel de león, en la cueva del monte de las nubes.
As comadres diziam que numa chácara tinha nascido um bezerro com duas cabeças que foi sacrificado rapidamente e enterrado em um lugar ignoto. E em um meio-dia, quando o sol se ocultou por detrás de nuvens que pareciam rostos, os guris que pescavam no arroio Ceibal viram os peixes sair cuspidos da água e cair, sem misericórdia, sobre eles.
A chuva de peixes alertou as três anciãs negras. As coisas podiam piorar. Watawi devia conceder um desejo a uma mulher prestes a parir para ele poder dormir outra vez. Era o único acalanto possível. Enquanto isso não acontecesse, La Cachimba não se livraria dos caprichos do deus-criança.
As três anciãs negras se reuniram secretamente em um afastado canto dos intrincados labirintos da Isla del Gato Negro. Foi Dominga, a dos olhos cor de névoa, a primeira a falar:
— Watawi está com sono.
— Está chateado — confirmou Zolaida, a dos pés chatos, com temeroso respeito.
— Quer voltar para seu berço de pele de leão, na cova do monte das nuvens.
Tomasa, la de la espalda encorvada, se mantuvo silenciosa por un momento. Luego, comenzó a recitar en voz baja y cadenciosa.
—Túmbale, / túmbale / sambambú, sambambú / Watawi despertó, / sufre y tembló / Watawi despertó, / juntas las manos, / ronda al cajón, / es sagrado y tabú…
—La profecía debe cumplirse para que él duerma —dijo Dominga.
—El precio para el varón que aún no ha nacido será alto —susurró Tomasa, con indisimulada tristeza.
Zolaida se encogió de hombros.
—Es el Elegido. Así debe ser. Como ha sido y será.
Un viento húmedo de tormenta comenzó a soplar. La Cachimba estaba sumergida en un sopor paralizante. Un aire enrarecido se colaba en las casuchas. Los rumores esparcidos por las comadres en las tertulias, «algo que no sabemos está pasando», comenzaron a inquietar a las familias. La alegría por la ida del frío se había esfumado. El inicio de las labores de primavera no entusiasmaba a nadie. Aun los de más edad no recordaban en el pasado una atmósfera tan tensa y extraña.
Tomasa, a das costas encurvadas, manteve-se silenciosa por um momento. Depois, começou a recitar em voz baixa e cadenciada...
— A profecia deve se cumprir para que ele durma — disse Dominga.
— O preço para o menino que ainda não nasceu será alto — sussurrou Tomasa, com indissimulada tristeza.
Zolaida deu de ombros.
— É o Escolhido. Assim deve ser. Como foi e será.
Um vento úmido de tempestade começou a soprar. La Cachimba estava submersa num sopor paralizante. Um ar rarefeito infiltrava-se nos barracos. Os boatos espalhados pelas comadres nas tertúlias, “algo que não sabemos está acontecendo”, começaram inquietar as famílias. A alegria causada pelo fim do frio havia se esfumado. O começo dos trabalhos de primavera não entusiasmava ninguém. Até os mais idosos não lembravam uma atmosfera tão tensa e estranha no passado.
Ni siquiera durante los aciagos días en que un malón de indios renegados y matreros, acaudillados por el siniestro cacique Amarillo, ocupó la ciudad y hubo que organizar de apuro una colecta de achuras, chafalonías, monedas, trabucos naranjeros, facones, putas —los quilombos quedaron desiertos por meses—, porrones de vino y aguardiente, para que los infieles se retirasen.
Todos esperaban que sucediera algo. Y pronto. Aunque no sabían qué.
—¿Quién es la que cruzará el puente de hojas? ¿Quién es la que pronto dará a luz?
—preguntó, por fin, Tomasa.
Dominga y Zolaida respondieron casi al unísono.
—Anastasia, la mujer del Brasilero.
Fragmento de la novela Gloria y tormento: la novela de José Leandro Andrade.
Nem mesmo durante os aziagos dias em que uma incursão de índios renegados e fugitivos, conduzidos pelo sinistro cacique Amarillo como caudilho, ocupou a cidade e foi necessário organizar às pressas uma coleta de vísceras, quinquilharias para fundição, moedas, trabucos, facões, putas — os prostíbulos ficaram desertos por meses —, porrões de vinho e aguardente, para que os infiéis se retirassem.
Todos esperavam que acontecesse alguma coisa. E logo. Embora não soubessem o quê.
— Quem é a que cruzará a ponte de folhas? Quem é a que em breve dará à luz? — perguntou, finalmente, Tomasa.
Dominga e Zolaida responderam quase em uníssono.
— Anastasia, a mulher do Brasileiro.
Fragmento do romance Gloria y tormento: la novela de José Leandro Andrade.
Traduzido por María Noel Melgar e Federico Sörensen.