… E foi naquele momento único, irrepetível, na última hora daquela tarde de verão, quando Migaj...
… E foi naquele momento único, irrepetível, na última hora daquela tarde de verão, quando Migaja, Bolombo e eu, com nossas calças compridas novinhas, suando em bicas, olhamos para a rua Canelones, a odiada fronteira. Ali, ali, ali! O céu do crepúsculo tinha uma estranha cor avermelhada, como se o sol moribundo tivesse detido sua queda para nos observar, igual aos vizinhos do bairro. Estávamos morrendo de medo. Não conseguíamos nos mexer. Nossas pernas pareciam ter se transformado em pedra.
Tão perto, tão longe, estavam os passeantes com seus ternos impecáveis, as luzes das vitrines que se acendiam e o rumor dos automóveis. E nós, autênticos otários, estacados na calçada sem conseguir fazer nada. Então aconteceu. Bolombo, com sua voz encatarrada, começou…
— Opa! Não tão rápido.
— Sim. Mais devagar. Eu já me perdi.
— Vai, avô, mais uma vez. Comece de novo.
— Está bom, está bom, guris. Me deixem terminar de enrolar esse cigarro e poder invocar as lembranças. Vamos ver…
Y… fue en ese momento único, irrepetible, en la última hora de aquella tarde de verano, cuando el Migaja, Bolombo y yo, con nuestros flamantes pantalones largos, sudando la gota gorda, miramos la calle Canelones, la odiada frontera. ¡Allí, allí, allí! El cielo del crepúsculo tenía un extraño color rojizo, como si el sol moribundo hubiese detenido su caída para observarnos, igual que los vecinos del barrio. Estábamos muertos de miedo. No podíamos movernos. Nuestras piernas parecían haberse convertido en piedra.
Tan cerca, tan lejos, estaban los paseantes con sus trajes impecables, las luces de las vidrieras que se encendían y el rumor de los coches. Y nosotros, auténticos nabos, clavados en la acera sin atinar a nada. Entonces sucedió. Bolombo, con su voz acatarrada, comenzó…
—¡Epa! No tan rápido.
—Sí. Más despacio. Yo ya me perdí.
—Vamos, abuelo, otra vez. Empiece de nuevo.
—Está bien, está bien, gurises. Dejen que termine de armar este cigarro y pueda invocar los recuerdos. A ver…
Dizem que nós, os velhos, vivemos no passado. Mentira! Mentira! É exatamente o contrário. O passado anda às turras com o esquecimento no mais profundo das nossas tripas. Revive em nossas roupas, gestos, olhares, na forma de nos pentearmos ou de caminharmos, quando falamos e quando calamos, porque os silêncios são, muitas vezes, mais poderosos que mil vozes. Agora, no meio dessa roda, fico em pé sem necessidade da bengala. Minhas costas se endireitam. Minha voz não quebra. Não sou mais escravo dos achaques. Com todo o ar dos meus cansados bofes, canto: “Yumbambé, yumbambé. / Tintín cascabeles, / corazones ardientes / rebrillan estrellas, / menean culeros1”. São estrofes feitas de sonhos e penas, estrofes mágicas que ressuscitam meu bairro com suas ruas de paralelepípedos, bolas feitas de papéis e de meias velhas, piões e amarelinhas, senhoras fofoqueiras de janela, saguões que escondiam beijos furtivos, pátios cobertos de madressilvas que cheiravam a creolina e varandas onde penduravam, das suas grades, cachos de tambores para que Deus-Pai abençoasse as peles antes de cada llamada2. Contavam que, escorado no balcão, um poeta pardo levantou seu copo de grapa e disse que no meu bairro, vizinho do mar, as ondas batiam em rochas e muralhas, elevando uma garoa branca que o vento rebelde cabeceia e envia para a ladeira, e aquela espuma era o sorriso de uma morena ondulante.
Dicen que los viejos vivimos en el pasado. ¡Mentira! ¡Mentira! Es exactamente al revés. El pasado pelea, a trompada limpia, contra el olvido en lo más profundo de nuestras tripas. Revive en nuestras ropas, gestos, miradas, forma de peinarnos o de caminar, cuando hablamos y cuando callamos, porque los silencios son, muchas veces, más poderosos que mil voces. Ahora, en el medio de esta rueda, me pongo de pie sin necesidad del bastón. Mi espalda se endereza. No se quiebra mi voz. Ya no soy esclavo de los achaques. Con todo el aire de mis cansados «fuelles», canto: «Yumbambé, yumbambé. / Tintín cascabeles, / corazones ardientes / rebrillan estrellas, / menean culeros». Son estrofas hechas de sueños y penas, estrofas mágicas que resucitan mi barrio con sus calles de adoquines, pelotas hechas de papeles y medias viejas, trompos y rayuelas, señoras chismosas de boliches, zaguanes que escondían besos furtivos, patios cubiertos de madreselvas que olían a creolina y balcones donde colgaban de sus barandas racimos de tambores para que Tata Dios bendijese las lonjas antes de cada «llamada». Contaban que, acodado en el estaño, un poeta pardo levantó su copa de grapa y dijo que en mi barrio, vecino del mar, las olas chocaban sobre las rocas y murallones, elevando una llovizna blanca que el viento rebelde peinaba enviándola hacia el repecho y esa espuma era la sonrisa de una morena cimbreante.
E canto mais uma vez, com dor e fúria, por aqueles dias irrecuperáveis. “Yumbambé, yumbambé. / Tintín cascabeles, / nostalgia de fuego y luna, / quejido de marimba, / picardías de mazacallas3”. Em cada esquina, junto ao meio-fio, acendem-se fogueiras invocadas por meu canto. Posso imaginar que a fumaça forma lentamente figuras. São fantasmas de sapatilhas e calças listradas que descem das nuvens, afinam as peles dos tambores — fogo, alho e saliva — nos meios-fios, riem, pegam suas baquetas, ajustam suas correias e começam a caminhar pelo empedrado, balançando, repicando, repicando, repicando…
No começo, éramos quatro “irmãos de criação”. Migaja, que morava na rua Particular, tinha a pele cor de azeitona, as orelhas grandes como pratos e a carapinha sempre dura. Sua mãe, Dona Setembrina, me curou de um mau-olhado rezando três noites seguidas, com velas amarelas, para o Negrinho do Pastoreio. Bolombo parecia feito de puro carvão. Era o mais alto de todos. Muito íntimo da redonda, sonhava em jogar de meia-atacante na primeira divisão. Sua tia-avó, Dona Esperança, todas as sextas-feiras santas, cobria os espelhos com lençóis molhados de água de pétalas de cravo, porque, segundo ela, dava para ver o capeta cavalgando no seu cavalo, que cheirava a mortalha e enxofre, à procura de almas.
Y canto otra vez, con dolor y furia, por aquellos días irrecuperables, «Yumbambé, yumbambé. / Tintín cascabeles, / nostalgia de fuego y luna, / quejido de marimba, / picardías de mazacallas». En cada esquina, junto al cordón de la vereda, se encienden fogatas invocadas por mi canto. Puedo imaginar que el humo forma lentamente figuras. Son fantasmas en zapatillas y con pantalones a rayas que bajan de las nubes, templan las lonjas —fuego, ajo y saliva— en los cordones, ríen, toman sus palos, ajustan sus talís y comienzan a caminar por el empedrado, balanceándose, repicando, repicando, repicando…
Al principio, éramos cuatro «hermanos de crianza». El Migaja, que vivía en la calle Particular, tenía la piel color aceituna, las orejas grandes como platos y las motas siempre paradas. Su mamá, doña Setembrina, me curó de un mal de ojo rezándole tres noches seguidas con velas amarillas al negrito del Pastoreo. Bolombo parecía hecho de puro carbón. Era el más alto de todos. Gran amasador de la guinda, soñaba con jugar de entreala en primera. Su tía abuela, doña Esperanza, todos los viernes santos tapaba los espejos con sábanas mojadas con agua de claveles, porque decía que se podía ver a Mandinga cabalgando sobre su caballo, que olía a mortaja y azufre, en busca de almas.
Pan Rallado, entretanto, era o contrário do Bolombo: magrelo, pele café, caminhava arrastando os pés, pendurando os braços, e sempre estava doente. Até que, num outono muito úmido, as febres o levaram… Seu padrasto, Dom Primitivo Urbano, que morava no 28 e trabalhava como vendedor de jornais, nos proibiu terminantemente de chorar porque homens não choram. Ele nos dizia que quando as comparsas4 saíssem, ele voaria com suas asas brancas e seu tamborzinho de chocolate entre os estandartes e as bandeiras. Por isso ficamos três. Migaja, Bolombo e eu, mais unidos que irmãos do mesmo sangue.
O que as férias significavam para a gente? Aaaah, a liberdade! Como se nos tirassem uma corrente pesada e longa. O voo louco das pipas caseiras sobre os descampados anunciava o fim do frio. Não mais casacos, cachecóis, melecas teimosas ou frieiras. Não mais escola, uniformes desconfortáveis nem castigos. Adeus, sapatos; bem-vindas, alpargatas. Não mais ficar trancados no quarto do cortiço, cobertos com mantas e um fogareiro a querosene para nos aquecer. Não mais ir para a cama cedo. O próprio mar parecia renascer. Naqueles dias, as águas chegavam até a rua Gonzalo Ramírez e nós as venerávamos passeando nos domingos pela orla, tentando imitar as cambalhotas das toninhas.
Pan Rallado, en cambio, era como la contracara de Bolombo: flacucho, piel café, caminaba arrastrando los pies, colgando los brazos y siempre estaba enfermo. Hasta que un otoño muy húmedo las fiebres se lo llevaron… Su padrastro, don Primitivo Urbano, que vivía en el 28 y trabajaba de canillita, nos prohibió terminantemente que lloráramos porque los varones no lloran. Nos decía que cuando salieran las comparsas, él volaría con sus alas blancas y su tamborcito de chocolate entre los estandartes y banderas. Por eso quedamos tres. El Migaja, Bolombo y yo, más unidos que hermanos de la misma sangre.
¿Qué significaban las vacaciones para nosotros? Aaaah, ¡la libertad! Como si nos quitaran una cadena pesada y larga. El vuelo loco de las cometas caseras sobre los descampados anunciaba el fin del frío. No más buzos, bufandas, mocos rebeldes o sabañones. No más escuela, moñas apretadas ni penitencias. Adiós zapatos; bienvenidas zapatillas. No más encierros en la pieza del conventillo, tapados con frazadas y un primus para calentarnos. No más idas a la cama temprano. El mismo mar parecía renacer. En esos días las aguas llegaban hasta la calle Gonzalo Ramírez y las venerábamos domingueando por la rambla, tratando de imitar las piruetas de las toninas.
Na praia, éramos piratas fidalgos; na confusão do campinho, campeões olímpicos, e quando chegavam, no fim do ano, as guerras de água… Mamma mia! Virávamos disciplinados soldados que faziam recuar, com chapadas de água, as hostes invasoras das “catacumbas” de Palermo e do cortiço Mediomundo.
Era naqueles tempos de moleza total quando a gente ia passear pelo centro. Nossas mães gostavam tanto de olhar vitrines quanto de escutar a radionovela do Carlos Norton. Elas nos obrigavam a acompanhá-las. As lojas, os cinematógrafos, os cafés, as confeitarias, as senhoras com seus vestidos floridos e os homens com seus costumes de linho leve e seus chapéus gardelianos. Tudo parecia sereno, aprazível, quase alegre, mas… Vocês querem a verdade nua e crua? Aquilo era a única coisa da qual não gostávamos das férias. Nenhum dos três. Preferíamos que nos dessem óleo de rícino. A rua Canelones era uma fronteira que nos separava de um território do qual não fazíamos parte. O centro não tinha aquilo que fazia com que nós amássemos o bairro como se fosse uma parte de nós mesmos. Lembro que uma vez olhamos pelos cristais da Confitería China e enxergamos nos rostos dos fregueses uma expressão azeda, uma mistura de pena e rejeição. Nós três sentimos o mesmo, a vergonha de quem não fez nada errado nem ridículo. Por isso tentávamos evitar ir até lá, com desculpas nas quais eu não sei se nossas mães acreditavam.
En la playa, éramos piratas hidalgos; en los entreveros del campito, campeones olímpicos, y cuando llegaban, a fin de año, las guerras de agua… ¡mama mía! Nos convertíamos en disciplinados soldados que hacíamos retroceder a puro baldazos a las huestes invasoras de las «catacumbas» de Palermo y del Mediomundo.
Era en ese tiempo de haraganería total cuando íbamos de paseo al centro. A nuestras madres les gustaba mirar vidrieras tanto como el radioteatro de Carlos Norton. Nos obligaban a acompañarlas. Las tiendas, los biógrafos, los cafés, las confiterías, las señoras con sus vestidos floreados y los hombres con sus ambos de hilo liviano y gachos gardelianos. Todo parecía sereno, apacible, casi alegre, pero… ¿quieren la justa? Aquello era lo único que no nos gustaba de las vacaciones. A ninguno de los tres. Preferíamos que nos dieran aceite de ricino. La calle Canelones era una frontera que nos separaba de un territorio del que no éramos parte. El centro no tenía eso que nos hacía querer al barrio como una parte de nosotros mismos. Una vez recuerdo que miramos por los cristales de la Confitería China y vimos en los rostros de los parroquianos una expresión agria, mezcla de lástima y rechazo. Los tres sentimos lo mismo, la vergüenza de quien no ha hecho nada malo ni ridículo. Por eso tratábamos de evitar ir hasta allí, con excusas que no sé si nuestras madres creían.
Claro, nada é para sempre. Chegou o dia em que nós devíamos colocar as calças compridas. Naquela época, a adolescência não existia. Você era criança ou homem. Nada de meios-termos. Você se tornava adulto, aceitava o que aquilo significava e pronto. Simples assim. Chega de bobagem. Crescer para nós não foram apenas os pelos que começaram a sair no rosto ou onde vocês já sabem, mas uma coceira desejada e temida que se espalhava das solas dos pés até a ponta do nariz. Para mim, chegou como uma revelação no dia em que olhei sem querer pela porta entreaberta do quarto seis do cortiço. Ali estava a Queca, a filha mais velha do colchoeiro, meio nua, inclinada sobre uma bacia, com uma pedra-pomes na mão. O biombo tinha caído e eu nunca vou esquecer sua silhueta de perfil, aquela pele macia cor de marmelo, seus lábios grossos e carnudos, suas tetas pequenas e firmes como melões, o chape-chape da água, o aroma de caramelo que flutuava no ar… como num sonho.
Sabem de uma coisa? Quando um rapaz era autorizado pela família a colocar as calças compridas, era feita uma cerimônia. Como tínhamos mais ou menos a mesma idade, Migaja, Bolombo e eu viramos homens ao mesmo tempo. No verão. Em tempo de férias. Dona Esperanza deixou cair algumas lágrimas quando nos viu. Dom Primitivo Urbano deu um forte abraço a cada um sem dizer palavra nenhuma.
Claro, nada es para siempre. Llegó el día en que nos teníamos que poner los pantalones largos. En esa época no existía la adolescencia. Se era niño u hombre. Nada de términos medios. Uno se volvía adulto, aceptaba lo que significaba y se acabó. Así de simple. Se terminaron las pavadas. Crecer para nosotros no fue tan solo los pelos que comenzaron a salirnos en la cara o ya saben dónde, sino también un sarpullido deseado y temido que se extendía desde las plantas de los pies hasta la punta de la nariz. A mí me llegó como una revelación el día que miré sin querer por la puerta entreabierta de la pieza seis del conventillo. Allí estaba la Queca, la hija mayor del colchonero, medio desnuda, inclinada sobre una palangana con una piedra pómez en la mano. El biombo había caído y nunca olvidaré su silueta de perfil, aquella piel suave color membrillo, sus labios gruesos y carnosos, sus tetas pequeñas y firmes como melones, el chapoteo del agua, el aroma a caramelo que flotaba en el aire… igual que un sueño.
¿Saben algo? Cuando a un varón la familia lo autorizaba a ponerse los pantalones largos, se hacía una ceremonia. Como teníamos más o menos la misma edad, el Migaja, Bolombo y yo nos volvimos hombres al mismo tiempo. En verano. En tiempo de vacaciones. A doña Esperanza se le cayeron unas lágrimas cuando nos vio. Don Primitivo Urbano nos dio un fuerte abrazo a cada uno sin decir palabra alguna.
Pela primeira vez, não estávamos contentes com a chegada do calor e da liberdade. As férias não significavam mais o mesmo. Alguma coisa tinha mudado irremediavelmente e nós sabíamos, mais pela intuição que pela razão, que não bastava vestir as calças compridas. Ainda faltava a prova definitiva para sermos totalmente homens. Foi por isso que decidimos fazer o que mais nos custava. Ir ao centro. Embora, dessa vez, sozinhos.
Nós três saímos decididos, depois de uma sesta sabatina, e começamos a caminhar ladeira acima pela rua Minas. Parecia-nos que milhares de olhos nos observavam das sacadas e dos terraços. O bairro queria saber se afinal nós éramos homens. Nenhum de nós falava. Andávamos devagar. Cada passo nos afastava mais e mais da segurança, das certezas do previsível. Você podia escutar a batida acelerada dos nossos corações, nós respirávamos com dificuldade, até que nos detivemos de súbito e, naquele momento único, irrepetível, na última hora daquela tarde de verão, quando Migaja, Bolombo e eu, com nossas calças compridas novinhas, suando em bicas, olhamos para a rua Canelones, a odiada fronteira. Ali, ali, ali! O céu do crepúsculo tinha uma estranha cor avermelhada, como se o sol moribundo tivesse detido sua queda para nos observar, igual aos vizinhos do bairro. Estávamos morrendo de medo. Não conseguíamos nos mexer.
Por primera vez, no estábamos contentos con la llegada del calor y la libertad. Las vacaciones ya no representaban lo mismo. Algo había cambiado irremediablemente y sabíamos, más por intuición que por razón, que no alcanzaba con llevar los pantalones largos. Aún nos faltaba la prueba definitiva para ser totalmente hombres. Fue por eso que decidimos hacer lo que más nos costaba. Ir al centro. Aunque esta vez solos.
Salimos los tres decididos, después de una siesta sabatina, y comenzamos a caminar cuesta arriba por la calle Minas. Nos parecía que cientos de ojos nos observaban desde los balcones y azoteas. El barrio quería saber si al fin éramos hombres. Ninguno de nosotros hablaba. Íbamos despacio. Cada paso nos alejaba más y más de la seguridad, de las certezas de lo previsible. Podías oír el latido acelerado de nuestros corazones, respirábamos con dificultad, hasta que nos frenamos de golpe y en ese momento único, irrepetible, en la última hora de aquella tarde de verano, el Migaja, Bolombo y yo, con nuestros flamantes pantalones largos, sudando la gota gorda, miramos la calle Canelones, la odiada frontera. ¡Allí, allí, allí! El cielo del crepúsculo tenía un extraño color rojizo, como si el sol moribundo hubiese detenido su caída para observarnos, igual que los vecinos del barrio. Estábamos muertos de miedo. No podíamos movernos.
Nossas pernas pareciam ter se transformado em pedra. Tão perto e tão longe, estavam os passeantes com seus ternos impecáveis, as luzes das vitrines que se acendiam e o rumor dos automóveis. E nós, autênticos otários, estacados na calçada sem conseguir fazer nada. Então aconteceu.
Bolombo, com sua voz encatarrada, começou a cantar: “Yumbambé, yumbambé. / Tintín cascabeles, / corazones ardientes / rebrillan estrellas, / menean culeros”. Foi o sinal que nós esperávamos e começamos a cantar com ele, os três “irmãos de criação”, inseparáveis, juntos nas boas e nas ruins.
Atravessamos a rua Canelones em direção às sombras espreitantes do centro. Não sabíamos o que nos esperava. Não importava. Nenhum de nós o disse, mas sabíamos intimamente que aquelas eram nossas últimas férias.
Traduzido por Mayte Gorrostorrazo e Leticia Lorier.
Glossário
1Culero: Peça da fantasia do escobero, personagem característico das comparsas de candombe no Uruguai, consistente em uma espécie de tanga de couro ornamentada com fitas, espelhos e guizos.
Nuestras piernas parecían haberse convertido en piedra. Tan cerca y tan lejos, estaban los paseantes con sus trajes impecables, las luces de las vidrieras que se encendían y el rumor de los coches. Y nosotros, auténticos nabos, clavados en la acera sin atinar a nada. Entonces sucedió.
Bolombo, con su voz acatarrada, comenzó a cantar: «Yumbambé, yumbambé. / Tintín cascabeles, / corazones ardientes / rebrillan estrellas, / menean culeros». Fue la señal que esperábamos y nos pusimos a cantar con él, los tres «hermanos de crianza», inseparables, unidos en las buenas y en las malas.
Atravesamos la calle Canelones hacia las sombras acechantes del centro. No sabíamos lo que nos esperaba. No importaba. Ninguno lo dijo, pero sabíamos íntimamente que eran nuestras últimas vacaciones.
2Llamada: Batuque de tambores de candombe que anuncia o encontro de grupos de tamborileiros. No Uruguai, as llamadas também são um desfile de comparsas de candombe realizado como parte das comemorações pelo carnaval.
3Mazacalla: Idiofone, tipo de chocalho construído com um cabo e cones de metal que contêm sementes, seixos ou fragmentos de metal, utilizado antigamente como instrumento de percussão no candombe.
4Comparsa: Agrupação carnavalesca composta por grupos de tocadores de candombe, personagens típicos e dançarinos.
.