O pequeno cordeiro havia nascido em um canto qualquer do quintal e, agora, passados meses de feno e repouso no estábulo, ac...
O pequeno cordeiro havia nascido em um canto qualquer do quintal e, agora, passados meses de feno e repouso no estábulo, acompanha a caravana que, enfim, após longa viagem, chega a Jerusalém. Seu caminhar tem o ritmo imposto pelo puxar da corda que traz amarrada ao pescoço, e quem assim o guia é Iochanan, o mesmo Iochanan que, certo dia, muito cedo, indo ao pátio buscar lenha para o fogo, encontrara a ovelha a lamber a única cria daquela sua primeira parição, o Iochanan que, então, muito afoito, voltara aos pulos para o interior da casa, anunciando ao pai e à mãe o que, para ele, era um acontecimento dos mais extraordinários, desses capazes de roubar o sono e povoar a mente de indagações por vários dias: de onde viera a substância necessária para que se fizesse a partir do nada? Se tinha um balido tão estridente, por que não se ouvia na época em que ainda estava dentro da barriga? E era, de fato, um balido dos mais agudos o que se escutava quando Iochanan, dando voltas no poço, punha-se a correr atrás do recém-nascido ou quando, ao contrário, era ele que saltitava atrás do menino, desajeitado e aprendiz. A mãe o repreendia, que deixasse o filhote quieto, mas Iochanan tinha certeza: eram exclamações de contentamento. Quando, enfim, se cansavam, gostava de pegá-lo no colo e sentir a lanagem amena e clara, como só podem ser as coisas que ainda não se contaminaram com o mundo.
El pequeño cordero había nacido en un rincón cualquiera del fondo y, ahora, pasados meses de heno y reposo en el establo, acompaña la caravana que, finalmente, luego de un largo viaje, llega a Jerusalén. Su caminar tiene el ritmo impuesto por el tirar de la cuerda que trae amarrada al pescuezo, y quien así lo lleva es Iochanan, el mismo Iochanan que, cierto día, muy temprano, yendo al patio a buscar leña para el fuego, había encontrado a la oveja lamiendo la única cría de su primer parto, el Iochanan que, entonces, muy ansioso, había vuelto a los saltos al interior de la casa, anunciándoles al padre y a la madre lo que para él era un acontecimiento de los más extraordinarios, de esos capaces de quitar el sueño y poblar la mente de indagaciones por varios días: ¿de dónde había venido la sustancia necesaria para que se hiciese a partir de la nada? Si tenía un balido tan estridente, ¿por qué no se oía en la época en que aún estaba en la barriga? Y era, de hecho, un balido de los más agudos el que se escuchaba cuando Iochanan, dando vueltas alrededor del pozo, se ponía a correr atrás del recién nacido o cuando, al contrario, era él que daba saltitos detrás del niño, desgarbado y aprendiz. La madre lo reprendía, que dejase al corderito quieto, pero Iochanan estaba seguro: eran exclamaciones de alegría. Cuando finalmente se cansaban, le gustaba alzarlo en brazos y sentir la lana amena y clara, como solo pueden ser las cosas que aún no se contaminaron con el mundo.
Apesar de sonolentos, os dois andam rápido, seguindo os peregrinos mais à frente, pois assim exige a expectativa de Iochanan: quer logo contemplar a cidade, conhecer o templo, entender o que lá acontece. Conforme dissera o pai às vésperas da partida, havia completado treze anos e, por isso, já podia realizar serviços religiosos junto com os homens da casa. Vais conhecer o sagrado, assim lhe falara.
Súbito, os olhos de Iochanan descobrem que ver Jerusalém significa ver o templo, e ver o templo é o mesmo que ver Jerusalém, pois a enorme edificação, ocupando um ponto elevado da paisagem, reflete, em seu mármore branco, a luz rascante da aurora e, com isso, espalhando inescapáveis cintilâncias rubras, ofusca todas outras construções dentro dos muros da cidade, fazendo com que pareçam nada mais do que pedras soltas e sem forma. O pai de Iochanan ergue o braço, indicando o destino; a caravana, fôlego renovado, avança.
A pesar de somnolientos, los dos andan rápido, siguiendo a los peregrinos de más adelante, pues así lo exige la expectativa de Iochanan: quiere contemplar ya la ciudad, conocer el templo, entender lo que allí sucede. Según había dicho su padre en la víspera de la partida, había cumplido trece años y, por eso, ya podía realizar servicios religiosos junto a los hombres de la casa. Vas a conocer lo sagrado, así le había dicho.
De repente, los ojos de Iochanan descubren que ver Jerusalén significa ver el templo, y ver el templo es lo mismo que ver Jerusalén, pues la enorme edificación, ocupando un punto elevado del paisaje, refleja, en su mármol blanco, la luz acerba de la aurora y con eso, esparciendo inescapables centellas carmesíes, ofusca todas las demás construcciones dentro de los muros de la ciudad, haciendo que parezcan nada más que piedras sueltas y sin forma. El padre de Iochanan levanta el brazo, indicando el destino; la caravana, aliento renovado, avanza.
A manhã é pouco mais que uma promessa; mesmo assim, pessoas ganham as ruas, e muitas se deslocam em direção ao templo, como se dele proviesse um mistério imantador. Enquanto, mesmerizado, atravessa as estreitas vias, sobre as quais se debruça o velho casario ocre, Iochanan quase deixa escapar o cordeiro, que, de repente, como se algo o espantasse, traciona a corda e projeta-se para o lado. O menino o detém a tempo, abaixa-se e, afagando-lhe a cabeça, tenta tranquilizá-lo. Em meio ao burburinho crescente, escuta, então, a voz do pai, o qual, dezenas de passos adiante, percebendo o atraso do filho, o chama com insistência.
O grupo, que congrega membros da família de Iochanan e outros homens da aldeia onde moram, perto de Cafarnaum, alcança a muralha sul do templo, onde está o portão principal. Assim, de perto, tudo é ainda mais esplendoroso, mal cabe no olhar, e o garoto surpreende-se ao perceber que não mentiam ou sequer exageravam os mais velhos quando contavam que a construção era ornada com ouro e prata e tampouco quando afirmavam que as duplas colunatas pareciam não ter fim. Logo na entrada, um homem alto, vestido de branco, com uma mitra
La mañana es poco más que una promesa; no obstante, las personas llenan las calles, y muchas se trasladan en dirección al templo, como si de él proviniese un misterio imantador. Mientras, hipnotizado, atraviesa las estrechas vías, sobre las cuales sobresale el viejo caserío ocre, Iochanan casi deja escapar al cordero, que, de repente, como si algo lo espantase, traiciona la cuerda y se lanza hacia el costado. El niño lo detiene a tiempo, se agacha y, acariciándole la cabeza, intenta tranquilizarlo. En medio del bullicio creciente, escucha entonces la voz del padre, el cual, decenas de pasos adelante, notando el atraso del hijo, lo llama con insistencia.
El grupo, que congrega miembros de la familia de Iochanan y otros hombres de la aldea donde viven, cerca de Cafarnaúm, alcanza la muralla sur del templo, donde está el portón principal. Así, de cerca, todo es aún más esplendoroso, apenas cabe en la mirada, y el muchacho se sorprende al notar que no mentían o siquiera exageraban los mayores cuando contaban que la construcción era ornamentada con oro y plata y tampoco cuando afirmaban que las dobles columnatas parecían no tener fin. Ya en la entrada, un hombre alto, vestido de blanco, con una mitra
de mesma cor e uma faixa escarlate amarrada à cintura, achega-se ao pai de Iochanan. Durante a conversa, mais de uma vez, Iochanan nota que o pai olha para trás, em sua direção, e, em certo momento, talvez julgando que a discrição já não fazia mais sentido, aponta para o filho ou – assim pensa o menino – para o pequeno cordeiro que se roça em suas pernas, balançando o rabo. Iochanan aproxima-se um pouco, aguça os ouvidos e escuta algumas palavras esparsas ditas pelo pai e seu interlocutor: oferenda pacífica, é preciso verificar se não há defeito algum, o banho ritual. O pai vira-se de novo para trás e gesticula a Iochanan para que se aproxime. O menino faz menção de amarrar o cordeiro a um pilar, mas o pai, de imediato, com novo sinal, indica que o traga junto. Mais uma vez o filhote parece relutar; entretanto, cede à força daquele que o vem conduzindo há dias, assim como Iochanan obedece às instruções paternas. O homem de branco fixa o olhar no cordeiro, coça a longa barba, e assim permanece por vários segundos; abaixa-se, então, para ver de perto o focinho, as ventas e as orelhas. Eu o entrego de volta nas escadarias, na subida para o pátio, diz ele, enfim, enquanto se afasta, levando consigo o animal, que, agora, traz as patas rijas, negando movimento. Iochanan chega a dar alguns passos acompanhando-os; porém, logo sente a mão do pai cair sobre o ombro: vem, meu filho, precisamos nos purificar.
del mismo color y una faja escarlata atada a la cintura, se aproxima al padre de Iochanan. Durante la conversación, más de una vez Iochanan nota que el padre mira hacia atrás, en su dirección, y, en cierto momento, tal vez juzgando que la discreción ya no tenía sentido, señala al hijo o —así piensa el niño— al pequeño cordero que se refriega en sus piernas, moviendo el rabo. Iochanan se aproxima un poco, afina los oídos y escucha algunas palabras sueltas dichas por el padre y su interlocutor: ofrenda pacífica, es necesario verificar si no hay ningún defecto, el baño ritual. El padre se voltea nuevamente y le hace señas a Iochanan para que se acerque. El niño hace el intento de atar el cordero a un pilar, pero el padre, de inmediato, con una nueva seña, indica que lo traiga consigo. Una vez más, el corderito parece resistir; sin embargo, cede a la fuerza de aquel que lo viene trayendo hace días, así como Iochanan obedece a las instrucciones paternas. El hombre de blanco fija la mirada en el cordero, rasca su larga barba, y así permanece por varios segundos; se agacha, entonces, para ver de cerca el hocico, las narinas y las orejas. Lo entrego de vuelta en las escalinatas, en la subida al patio, dice él, finalmente, mientras se aleja, llevando consigo el animal que ahora trae las patas rígidas, negando el movimiento. Iochanan llega a dar algunos pasos acompañándolos, sin embargo, enseguida siente la mano del padre caer sobre el hombro: ven, hijo mío, necesitamos purificarnos.
Encontram, mais adiante, naquele pavimento, grandes tanques de água límpida onde, separadamente, homens e mulheres imergem, proferem bênçãos ancestrais e põem-se a esfregar, com as mãos atormentadas, cada palmo da pele, como se dela quisessem expurgar não apenas o suor abundante e a poeira do deserto, mas também a memória de todas as imundícies que, desde os humores uterinos, a haviam conspurcado. Iochanan já não enxerga o cordeiro, tampouco o homem de branco. Enquanto, imitando o que fazem os demais, despe as principais peças da vestimenta, ficando somente com a fina túnica de linho, e desce os degraus que levam à água, o menino olha mais uma vez ao redor, procurando o filhote. Nada, apenas uma confusão de pernas a preencher o interminável corredor. Nesse instante, Iochanan se desconcerta ao aperceber-se de que seria incapaz de reconhecer as feições do homem de branco, pois não havia olhado o seu rosto, algo o impedira, e, agora, só agora, ele descobre: esse algo era medo.
Saem do banho. Os homens da caravana estão agora mais circunspectos, trocam poucas palavras, devem estar preparando o espírito para a adoração, adivinha Iochanan, enquanto sente a água já a evaporar, aniquilada pelo ar quente e seco. Tudo está bem, e o pensamento lhe escapa em um murmúrio. Gosta de ouvir isso e repete várias vezes, à guisa de prece.
Encuentran, más adelante en aquel pavimento, grandes tanques de agua límpida donde, por separado, hombres y mujeres se sumergen, profieren bendiciones ancestrales y se ponen a fregar, con las manos atormentadas, cada palmo de la piel, como si de ella quisieran expurgar no solo el sudor abundante y el polvo del desierto, sino también la memoria de todas las inmundicias que, desde los humores uterinos, la habían maculado. Iochanan ya no ve al cordero, tampoco al hombre de blanco. Mientras, imitando lo que hacen los demás, se despoja de las principales piezas de la vestimenta, quedando solamente con la fina túnica de lino, y baja los escalones que llevan al agua, el niño mira una vez más a su alrededor, buscando al corderito. Nada, apenas una confusión de piernas llenando el interminable corredor. En ese instante, Iochanan se desconcierta al darse cuenta de que sería incapaz de reconocer las facciones del hombre de blanco, pues no había mirado su rostro, algo lo había impedido, y ahora, solo ahora, él lo descubre: ese algo era miedo.
Salen del baño. Los hombres de la caravana están ahora más circunspectos, intercambian pocas palabras, deben estar preparando el espíritu para la adoración, adivina Iochanan, mientras siente el agua evaporándose, aniquilada por el aire caliente y seco. Todo está bien, y el pensamiento se le escapa en un murmullo. Le gusta oír eso y lo repite varias veces, a modo de oración.
Sente alívio quando, de fato, junto a uma ampla escada, reencontra o cordeiro. O homem de branco está com ele; Iochanan, todavia, mais uma vez, não tenta lhe mirar as faces. Ao devolver o animal ao pai de Iochanan, passa-lhe algumas instruções que o menino não compreende, mas tudo parece corriqueiro para o pai, que assente a cada observação do estranho. Quando o homem se afasta, o garoto pede ao pai que o deixe conduzir o cordeiro.
No alto da escadaria, chegam a um pátio. O sol tomou conta do firmamento com inesperada presteza, e, no amplo terreno aberto, já estão numerosos vendedores com suas mesas. Em meio à algazarra e sob o olhar dos soldados do Império, eles trocam as várias moedas que os fiéis, vindos de todas as partes, trazem e apregoam cordeiros, cabras, pombos. Para que servem todos aqueles animais?, pergunta-se Iochanan. Não tem tempo para elaborar uma resposta, pois uma sensação de frio nubla-lhe a mente quando vê um vendilhão de dedos rudes e nodosos agarrar, dentro de uma gaiola lotada, duas pombas miúdas, que tentam em vão abrir as asas, e passá-las a uma velha ansiosa que, sem cuidado algum, as joga em um saco de estopa e, então, expõe os cacos amarelados dos dentes, sorrindo em agradecimento.
Siente alivio cuando, de hecho, junto a una amplia escalera, reencuentra el cordero. El hombre de blanco está con él; Iochanan, sin embargo, una vez más, no intenta mirarle el rostro. Al devolver el animal al padre de Iochanan, le pasa algunas instrucciones que el niño no comprende, pero todo parece habitual para el padre, que asiente a cada observación del extraño. Cuando el hombre se aleja, el muchacho pide al padre que lo deje llevar el cordero.
En lo alto de las escalinatas, llegan a un patio. El sol se apoderó del firmamento con inesperada presteza, y, en el amplio terreno abierto, ya están numerosos vendedores con sus mesas. En medio del alboroto y bajo la mirada de los soldados del Imperio, ellos intercambian las diferentes monedas que los fieles, venidos de todas partes, traen y pregonan corderos, cabras, palomas. ¿Para qué sirven todos aquellos animales?, se pregunta Iochanan. No tiene tiempo de elaborar una respuesta, pues una sensación de frío le nubla la mente cuando ve a un vendedor de dedos groseros y nudosos agarrar, de dentro de una jaula llena, dos palomas menudas, que intentan en vano abrir las alas, y las pasa a una vieja ansiosa que, sin cuidado alguno, las tira en una bolsa de estopa y, entonces, expone los dientes rotos y amarillentos, sonriendo en agradecimiento.
Neste pátio, Iochanan depara com vários homens trajados da mesma forma que o homem de branco. Andam de lá para cá, passam orientações aos peregrinos. São os sacerdotes, compreende. Não tinha enxergado o rosto do primeiro, mas, agora, vendo um exército deles, percebe que são todos o mesmo: idênticas barbas agrisalhadas, idêntica altivez, idêntica urgência de movimentos e – assustador – idêntico semblante.
O pai está de novo ao seu lado e começa a explicar, apontando um prédio austero, retangular, cujo topo aparece mais adiante, por detrás de muros: a casa de Deus, o coração do templo, fica ali, mas, para chegar até lá, temos de atravessar mais muros, cruzar outros pátios – o recinto sagrado, onde arde eternamente o candelabro de sete braços, precisa ser protegido.
Transpondo mais um portão, sobre o qual avisos entalhados nas pedras alertam aos gentios que permaneçam afastados, sob pena de morte, chegam ao pátio reservado aos hebreus, onde ainda se permite a circulação das mulheres. Contudo, ali não permanecem, pois o destino é o mais interno dos pátios públicos, o pátio dos homens. Nele, a quantidade de pessoas é bem menor; porém, mesmo assim, o caos reina.
Dirigem-se ao fundo, onde há um enorme portão de bronze entalhado, cujas folhas semiabertas permitem entrever, finalmente, a morada de Deus. Mais longe, no entanto, não podem ir; dali em diante, apenas os sacerdotes.
En este patio, Iochanan se encuentra con varios hombres vestidos de la misma forma que el hombre de blanco. Andan de acá para allá, dan orientaciones a los peregrinos. Son los sacerdotes, comprende. No había visto el rostro del primero, pero ahora, viendo un ejército de ellos, nota que son todos lo mismo: idénticas barbas grisáceas, idéntica altivez, idéntica urgencia de movimientos y —asustador— idéntico semblante.
El padre está de nuevo a su lado y comienza a explicarle, apuntando a un edificio austero, rectangular, cuya cima aparece más adelante, por detrás de muros: la casa de Dios, el corazón del templo, queda allí, pero para llegar hasta allá, tenemos que atravesar más muros, cruzar otros patios; el recinto sagrado, donde arde eternamente el candelabro de siete brazos, debe ser protegido.
Dejando atrás un portón más, sobre el cual avisos tallados en las piedras alertan al gentío que permanezca alejado, bajo pena de muerte, llegan al patio reservado para los hebreos, donde aún se permite la circulación de las mujeres. Sin embargo, no permanecen allí, pues el destino es el más interno de los patios públicos, el patio de los hombres. En él, la cantidad de personas es bastante menor; a pesar de ello, el caos reina.
Se dirigen al fondo, donde hay un enorme portón de bronce tallado, cuyas hojas semiabiertas permiten entrever, finalmente, la morada de Dios. Más lejos, sin embargo, no pueden ir; de allí en adelante, solo los sacerdotes.
Salta à vista de Iochanan o grande altar quadrado que ocupa quase todo o espaço além do portão de bronze, bem em frente à entrada do coração do templo; estranha os moirões de pedra e as argolas de ferro que jazem ao pé da estrutura e as fogueiras que crepitam sobre ela. O menino escuta alguém comentar: sempre me contaram que, por graça do Criador, este espaço das oblações não tem mau cheiro e tampouco atrai as moscas. Então, Iochanan compreende, e a revelação ganha força com uma lufada mais intensa de ar que lhe atira um odor nauseabundo nas narinas. Será possível que não sintam? Será possível que tenham viajado todos esses dias para algo assim? Por impulso, espia o cordeiro ao seu lado, e este lhe responde fitando-o com olhos líquidos. A mão do menino fraqueja ao segurar a corda.
Um sacerdote se aproxima com a mão esticada, solicitando que lhe passe a corda. Iochanan não se move; mal consegue respirar ao ver aquele fantasma diante de si, o presságio funesto que encarna. Impaciente, o pai toma o cabresto e o entrega ao novo homem de branco, o qual, de imediato, conduz para dentro o cordeiro e o amarra em uma argola entre dois daqueles moirões, que mais parecem lápides.
Salta a la vista de Iochanan el gran altar cuadrado que ocupa casi todo el espacio pasando el portón de bronce, bien en frente a la entrada del corazón del templo; le llaman la atención los pilares de piedra y las argollas de hierro que yacen al pie de la estructura y las fogatas que estallan sobre ella. El niño escucha a alguien comentar: siempre me contaron que, por gracia del Creador, este espacio de las oblaciones no tiene mal olor y tampoco atrae a las moscas. Entonces, Iochanan comprende, y la revelación gana fuerza con una ráfaga más intensa de aire que le arroja un olor nauseabundo a las narinas. ¿Será posible que no sientan? ¿Será posible que hayan viajado todos estos días para algo así? Por impulso, espía al cordero a su lado y este le responde clavándole la mirada con ojos líquidos. La mano del niño flaquea al agarrar la cuerda.
Un sacerdote se acerca con la mano estirada, solicitando que le pase la cuerda. Iochanan no se mueve; apenas logra respirar al ver a aquel fantasma delante de sí, el presagio funesto que encarna. Impaciente, el padre toma el ronzal y lo entrega al nuevo hombre de blanco, el cual, de inmediato, lleva para adentro el cordero y lo ata a una argolla entre dos de aquellos pilares, que se parecen más a lápidas.
Iochanan cerra as pálpebras, não quer testemunhar a barbárie que se anuncia, mas fica repetindo-se, na obscuridade, a última cena capturada pelas pupilas: o cordeiro tentando manter a cabeça erguida, gemendo feito uma criança, balindo e esticando a língua cinzenta. Iochanan fica assim por um instante que parece esgarçar-se indefinidamente, tentado fingir que não está ali, mas os sons não param, e, por isso, não há como cessar o pesadelo. Decide enfrentar, precisa fazê-lo, é tão culpado do que está prestes a acontecer quanto todos os outros que o cercam. Não pode fugir. Abre os olhos.
O cordeiro ainda está ali deitado, agora mais silencioso, quase imóvel, a não ser por sacudir nervosamente o rabo curto e os lados se alçarem com mais rapidez que de costume. O sacerdote baixa gentilmente, sem esforço, a cabeça levantada, ergue, com a mão direita, uma faca de lâmina reluzente, grita uma bênção e, girando o braço em arco para fazê-la cair sobre a vítima, corta-lhe a garganta. O animal treme, o rabinho endurece e para de abanar. Escancara a boca, mas berro algum se ouve, pois irrompem as trombetas rituais, tocadas pelos sacerdotes perfilados junto à entrada do habitáculo de Deus. Cada estertor do cordeiro abatido provoca em Iochanan um igual tremor nas entranhas. Enquanto o sangue se derrama em profusão, o pequeno corpo se recusa a aceitar qualquer justificativa ou desculpa, resiste, e parece discutir com o Criador até o último alento. Os olhos aquosos do cordeiro agora são vidro. Opaco.
Iochanan cierra los párpados, no quiere atestiguar la barbarie que se anuncia, pero queda repitiéndose, en la oscuridad, la última escena capturada por las pupilas: el cordero intentando mantener la cabeza erguida, gimiendo como un niño, balando y estirando la lengua grisácea. Iochanan se mantiene así por un instante que parece desmenuzarse indefinidamente, procurando fingir que no está allí, pero los sonidos no paran, y, por eso, no hay cómo cesar la pesadilla. Decide enfrentar, necesita hacerlo, es tan culpable de lo que está a punto de suceder como todos los otros que lo rodean. No puede huir. Abre los ojos.
El cordero aún está allí acostado, ahora más silencioso, casi inmóvil, a no ser porque sacude nerviosamente el rabo corto y los lados se alzan con más rapidez que de costumbre. El sacerdote baja gentilmente, sin esfuerzo, la cabeza erguida, levanta con la mano derecha un cuchillo de lámina reluciente, grita una bendición y, girando el brazo en arco para hacerlo caer sobre la víctima, le corta la garganta. El animal tiembla, el rabito se endurece y para de sacudirse. Abre de par en par la boca, pero balido alguno se oye, pues irrumpen las trompetas rituales, tocadas por los sacerdotes alineados junto a la entrada del habitáculo de Dios. Cada estertor del cordero caído provoca a Iochanan un similar temblor en sus entrañas. Mientras la sangre se derrama en abundancia, el pequeño cuerpo se rehúsa a aceptar cualquier justificativa o excusa, resiste, y parece discutir con el Creador hasta el último aliento. Los ojos acuosos del cordero ahora son vidrio. Opaco.
Deseja contemplar o sagrado, sentir a paz e a misericórdia de que falam os hinos entoados; porém, ante o horror, Iochanan enxerga apenas o monocromatismo monstruoso de uma nuvem vermelha que lhe barra a visão, e invade-lhe a certeza lancinante de que são apenas palavras ocas, repetidas por automatismo, e que sobem aos céus junto com a fumaça negra das piras para encontrarem idêntico destino: perecer ao vento, na diluição irredimível do que é apenas humano, cruelmente humano.
Depois, o animal tem a pele arrancada, o tronco aberto e as entranhas retiradas. As vísceras escorrem, feito cobras arroxeadas se enredando cegamente pelo chão. Um sacerdote asperge o sangue recolhido em uma vasilha dourada pelos quatro cantos do altar, e outros seis pegam os despojos e, correndo, os carregam para cima, atirando-os à gula do fogo alto das piras. O cheiro de carne queimada engrossa o ar.
Se existe um Deus bom, então até a mais humilde das coisas vivas deveria ser salva, reflete Iochanan enquanto se dirige à saída, junto com os demais; se Deus é bom somente com os fortes, se não há justiça para os mais frágeis, para aqueles que sequer têm voz, para as pobres criaturas que são oferecidas em sacrifício à humanidade, então não existe esta tal benevolência, esta tal justiça. O menino sente uma dor insuportável nas têmporas. Um suor gelado escorre pelas costas.
Desea contemplar lo sagrado, sentir la paz y la misericordia de la que hablan los himnos entonados; sin embargo, ante el horror, Iochanan ve apenas la monocromía monstruosa de una nube roja que le tapa la visión, y le invade la certeza lancinante de que son apenas palabras huecas, repetidas por automatismo, y que suben al cielo junto al humo negro de las piras para encontrar idéntico destino: perecer al viento, en la dilución irredimible de lo que es apenas humano, cruelmente humano.
Después, el animal tiene la piel arrancada, el tronco abierto y las entrañas fuera. Las vísceras corren, como serpientes moradas enredándose ciegamente por el suelo. Un sacerdote rocía la sangre recogida en una vasija dorada por las cuatro esquinas del altar, y otros seis toman los despojos y, corriendo, los llevan para arriba, tirándolos a la voracidad del fuego alto de las piras. El olor a carne quemada espesa el aire.
Si existe un Dios bueno, entonces hasta la más humilde de las cosas vivas debería ser salvada, reflexiona Iochanan mientras se dirige a la salida, junto a los demás; si Dios es bueno solamente con los fuertes, si no hay justicia para los más frágiles, para aquellos que siquiera tienen voz, para las pobres criaturas que son ofrecidas en sacrificio a la humanidad, entonces no existe esa tal benevolencia, esa tal justicia. El niño siente un dolor insoportable en las sienes. Un sudor frío corre por la espalda.
Os homens da caravana agora conversam amenidades e riem. Como é possível?, brada o espírito de Iochanan. Será possível que nada sintam? Para seu desespero, então, o pai se aproxima, trazendo um sorriso e uma pergunta: como te sentiste, meu filho? Estás feliz por conhecer o sagrado?
A voz do pai está distorcida, a frase termina em um zumbido. Iochanan tenta falar, mas a boca se resseca, e um engulho torce-lhe o estômago; sente que os joelhos estão ainda firmes por milagre, que seus músculos parecem, agora, tão moles quanto as vísceras do cordeiro morto. Na convulsão que, a muito custo, tenta conter, no paroxismo daquele asco, ouve repetida a indagação, agora mais áspera: não me dizes nada, Iochanan? Não enxergaste a Deus no santo templo?
Abaixa os olhos, responde que sim e começa a vomitar.
Los hombres de la caravana ahora conversan amenidades y ríen. ¿Cómo es posible?, brama el espíritu de Iochanan. ¿Será posible que nada sientan? Para su desesperación, entonces, el padre se acerca, trayendo una sonrisa y una pregunta: ¿cómo te sentiste, hijo? ¿Estás feliz por conocer lo sagrado?
La voz del padre está distorsionada, la frase termina en un zumbido. Iochanan intenta hablar, pero la boca se reseca, y las náuseas le retuercen el estómago; siente que las rodillas están aún firmes por milagro, que sus músculos parecen, ahora, tan blandos como las vísceras del cordero muerto. En la convulsión que, a mucho costo, intenta contener, en el paroxismo de aquel asco, oye repetida la indagación, ahora más áspera: ¿no me dices nada, Iochanan? ¿No viste la cara de Dios en el santo templo?
Baja los ojos, responde que sí y comienza a vomitar.
Traducido por Verónica Machado