Mi abuela solía decir que cada uno ya nace con algún problema para resolver, un problema que dura toda la vida. En realidad, yo tenía dos: ...
Mi abuela solía decir que cada uno ya nace con algún problema para resolver, un problema que dura toda la vida. En realidad, yo tenía dos: el primero, como saben, era mi pelo y el segundo era no saber lidiar con la pérdida. Hay personas que ya nacen perdiendo en la vida. Como fue el caso de mi padre, que resolvió ser cantante y no sabía lidiar con las finanzas. Pero, ciertamente, lo mejor es ni saber que somos perdedores. Porque entonces se hace hasta más fácil aceptar la vida tal como es. Al principio me costó entender cómo funcionaba el mundo y pensé que la única cosa que podía hacer era practicar la despedida.
Fue en esa época cuando pasé a practicar el abandono (una cosa medio idiota que inventé para soportar la tristeza). Empecé practicando con una pareja de pececitos que tenía en mi cuarto. Ari y Elizete. Los dos eran raza guppy, de muchos colores. No los tenía en una pecera porque eran muy caras en aquella época. Estaban en un bollón de compota. Un día Elizete apareció flotando. Y aquella muerte fue tan inesperada para mí. Yo tenía siete años cuando entendí que los peces que flotan no vuelven más. No tuve valor para enterrar a Elizete. Le pedí a Jua que lo hiciera. No sé si lo hizo, pero temo que Jua haya arrojado a Elizete en el inodoro y tirado de la cadena.
Minha avó costumava dizer que cada um já nasce com algum problema pra resolver, um problema que dura a vida toda. Eu tinha dois, na verdade: o primeiro, como sabem, era o meu cabelo e o segundo era não saber lidar com a perda. Há pessoas que já nascem perdendo na vida. Como foi o caso do meu pai, que resolveu ser cantor e não sabia lidar com finanças. Mas, certamente, o bom mesmo é nem saber que somos perdedores. Porque daí fica até mais fácil de aceitar a vida do jeito que ela é. No início demorei a entender como o mundo funcionava e pensei que a única coisa que eu podia fazer era treinar a despedida.
Foi nesse tempo que eu passei a treinar o abandono — foi uma coisa meio idiota que inventei para suportar a tristeza. Meu primeiro treinamento começou com um casal de peixinhos que eu tinha no meu quarto. O Ari e a Elizete. Os dois eram da raça guppy, todos coloridos. Eles não ficavam num aquário porque era muito caro na época. Eles ficavam num pote de compotas. Um dia a Elizete apareceu boiando. E aquela morte foi tão inesperada para mim. Eu tinha sete anos quando entendi que os peixes que boiam não voltam mais. Eu não tive coragem de enterrar a Elizete. Pedi para o Jua fazer isso. Não sei se ele fez, mas desconfio que Jua tenha jogado a Elizete na privada e dado descarga.
Creí que Ari sería el siguiente. Pasé una noche pensando en cómo uno puede protegerse de la pérdida. Entonces me convencí de que la muerte no iba a tomarme más por sorpresa. Y la única forma que encontré fue la de ejercitar la despedida. Saqué a Ari de mi cuarto. Pasó a dormir encima de la mesa de la cocina. Y en mi cama, mirando el techo, fingía que él también se había muerto. Creía que fingir una muerte me ayudaría a vivir. A veces, dolía saber que estaba allí, a mi alcance, pero no iba a buscarlo. Jugaba a sentir dolor porque pensaba que era así que uno se prevenía del fin. Pensaba que era así que se sobrevive cuando la vida no nos respeta. Cuando se tiene poco, sentir falta hasta es bueno. Ahí uno se aferra a lo precario y acepta lo que tiene. Yo tenía la falta. Y la falta ya es algo.
Pero sucede que Ari también murió días después, y entonces vi que era una tontería inmensa eso de querer prepararse para la muerte. Eso lo descubrí también después de aquella conversación que tuve con Tereza.
«Nadie tiene ese poder de prepararse para las pérdidas, Estela.»
Quise preguntar qué debemos hacer entonces, pero debía abandonar la idea de que Tereza tendría la respuesta para todo. En realidad lo que yo estaba haciendo era intentando seguir aquella tradición que nuestra familia tenía de querer anticiparse al fin, así como hizo mi padre al construirse un cajón para sí mismo.
Achei que o Ari fosse o próximo. Passei uma noite pensando em como a gente pode se proteger da perda. Aí me convenci que a morte não ia mais me pegar de surpresa. E a única forma que encontrei foi a de exercitar a despedida. Tirei o Ari do meu quarto. Ele passou a dormir em cima da mesa da cozinha. E na minha cama, olhando para o teto, eu fingia que ele tinha morrido também. Eu achava que fingir uma morte me ajudaria a viver. Às vezes, doía saber que ele estava lá, ao meu alcance, mas não ia buscá-lo. Eu brincava de doer porque eu pensava que era assim que a gente se prevenia do fim. Pensava que era assim que se sobrevive quando a vida não nos respeita. Quando se tem pouco, sentir falta até que é bom. Aí a gente se agarra ao precário e aceita o que tem. Eu tinha a falta. E a falta já é alguma coisa.
Mas acontece que Ari também morreu dias depois, e então eu vi que era uma bobagem imensa essa coisa de querer se preparar para a morte. Isso descobri também depois daquela conversa que tive a com a Tereza.
“Ninguém tem esse poder de se preparar para as perdas, Estela.”
Quis perguntar o que devemos fazer então, mas eu devia parar com aquela ideia de que Tereza teria resposta para tudo. Na verdade eu estava era tentando seguir aquela tradição que nossa família tinha de querer se antecipar ao fim, assim como fez meu pai ao construir um caixão para si.
Esta vez fui yo a enterrar a Ari porque mi madre dijo que no iba a meterse en eso, además de parecerle aquello una gran bobada y que si uno debe gastar lágrimas es con las personas, y no con los peces. Tuve ganas de decirle que los peces a veces eran mejores que las personas, pero tuve miedo de ligarme una palmada. Tampoco podía pedirle a mi padre que me acompañara porque, como saben, él se desaparecía a veces. Me hice cargo de la muerte solita, cavé una pequeña fosa. Puse a Ari allí dentro. Recé un padre nuestro, pues pensé que Dios tenía que enterarse de que mi pececito había muerto.
Después del entierro, le recé a Dios pidiendo que mi pececito se convirtiera en un santo, porque los santos son seres que ya conocieron la muerte, pero que les gustó tanto la vida que todavía permanecen entre nosotros, pensé. Después volví a casa y lloré un poco. Pasé días con aquella tristeza. Tenía pocos años y todavía no sabía que el dolor en mi pecho era aquello a lo que más tarde aprendería a llamarle «luto». Contra eso no hay nada que hacer.
Para animarme empezaba a pensar en mi padre. Mi padre no era una persona alegre, pero sabía esconder la tristeza. Y esconder la tristeza requiere «experiencia», me dijo una vez. Y, ahora, mirando hacia atrás, puedo decir que hasta hace poco tiempo pensaba que había heredado la infelicidad de mi madre.
Dessa vez eu fui enterrar o Ari porque minha mãe disse que não ia se meter nisso, além de achar aquilo uma grande bobagem e que a gente deve gastar lágrimas é com as pessoas, e não com os peixes. Tive vontade de dizer que os peixes às vezes eram melhores que as pessoas, mas tive medo de levar um tapa. Eu também não podia pedir para que meu pai me acompanhasse porque, como sabem, ele sumia na vida às vezes. Cuidei da morte sozinha, cavei uma pequena cova. Coloquei o Ari ali dentro. Rezei um pai nosso, pois pensei que Deus devia ser avisado que meu peixinho havia morrido.
Após o enterro, rezei para Deus pedindo que meu peixinho virasse um santo, porque os santos são seres que já conheceram a morte, mas que gostaram tanto da vida que ainda permanecem entre nós, pensei. Depois voltei para casa e chorei um pouco. Passei dias com aquela tristeza. Eu tinha pouca idade e ainda não sabia que a dor no meu peito era aquela coisa que mais tarde eu aprenderia a chamar de luto. Contra isso não há o que fazer.
Para me confortar eu começava a pensar em meu pai. Meu pai não era uma pessoa alegre, mas sabia esconder a tristeza. E esconder a tristeza requer “experiência”, ele me disse uma vez. E, agora, olhando para trás, posso dizer que até pouco tempo pensava ter herdado a infelicidade da minha mãe.
Fue por ella que supe que la vida nace amarga, pero fue solo después, cuando me volví un poco más madura, que descubrí que las mujeres negras como yo saben que el amargo es el primer sabor que se aprende. Al principio, ni te das cuenta. Así, notás que tu propio cuerpo nació con marcas que van a molestar a las personas para siempre: tu pelo, tu nariz, tu color, tus ojos. Desde temprano nos enseñan a agachar la cabeza para que el mundo nos acepte mejor, pero conmigo fue diferente. Porque yo no agaché la cabeza para gustarle al mundo, yo agaché la cabeza para ser amada por mi madre. Y como deben haber notado o notarán más tarde, mi madre fue mi mayor obstáculo en la vida. A veces, cuando era chica, soñaba con paredes que me rodeaban. Las paredes blancas, infranqueables. Se movían todas en mi dirección. Y cuando estaban muy cerca al punto de sofocarme, veía el rostro de mi madre. Otras veces, la imaginaba como un país extranjero. Un país raro que cuanto más buscaba penetrar, más me lanzaba hacia afuera. Un exilio cotidiano. Desterrada aún estando dentro. Me costó darme cuenta de que tratarme así la alimentaba. Y ahora creo que me siento un poco más preparada para hablar de mi madre. En verdad, yo la amaba y le temía. Y por eso estaba apurada por crecer, para llegar al momento en que yo pudiera ser amada y temida por ella, en una especie de igualdad entre madres e hijas, pero tal vez yo ya sospechaba que todas las madres se parecen un poco a Dios: valientes y frágiles como un león dormido.
Foi por ela que fiquei sabendo que a vida nasce amarga, mas foi só depois, quando fiquei um pouco mais madura, é que descobri que mulheres negras como eu sabem que o amargo é o primeiro gosto que se aprende. No início você nem se dá conta. Assim, percebe que seu próprio corpo nasceu com marcas que vão incomodar as pessoas para sempre: o seu cabelo, o seu nariz, a sua cor, os seus olhos. Desde cedo somos ensinadas a baixar a cabeça para que o mundo nos aceite melhor, mas comigo foi diferente. Porque eu não baixei a cabeça para que o mundo gostasse de mim, eu baixei a cabeça para ser amada por minha mãe. E como devem ter percebido ou perceberão mais tarde, minha mãe foi meu maior obstáculo na vida. Havia vezes, quando era pequena, que eu sonhava com paredes me cercando. As paredes brancas, intransponíveis. Elas se moviam todas na minha direção. E quando chegavam bem perto de mim a ponto de me sufocarem, eu via o rosto de minha mãe. Outras vezes, eu a imaginava como um país estrangeiro. Um país esquisito que quanto mais eu buscava penetrar, mais eu era jogada para fora. Um exílio cotidiano. Colocada para longe mesmo estando dentro. Demorei pra me dar conta que me tratar assim a alimentava. E agora acho que me sinto um pouco mais preparada para falar de minha mãe. Na verdade eu a amava e a temia. E por isso eu tinha pressa em crescer para chegar no tempo em que eu pudesse ser amada e temida por ela, numa espécie de igualdade entre mães e filhas, mas talvez eu já desconfiasse que todas as mães parecessem ser um pouco com Deus: destemidas e frágeis como um leão dormindo.
Y me pasa que a veces todavía me siento débil al hablar sobre las madres y sobre Dios. Y la imagen de Dios no debería ser la de la desigualdad. Deberíamos estar hombro a hombro con él, tener la misma altura, así como las hijas que, por causa del tiempo, del dolor y de la experiencia, se vuelven madres de las madres.
Fragmento inédito de la novela homónima a ser publicada en 2017.
Traducción de Mayte Gorrostorrazo.
E me acontece de às vezes ainda sentir-me fraca ao falar sobre as mães e sobre Deus. E a imagem de Deus não deveria ser a da desigualdade. Devíamos ombrear com Ele, ter a mesma altura, assim como as filhas que, por conta do tempo, da dor e da experiência, se tornam mães das mães.
Trecho inédito do romance homônimo a ser publicado em 2017.