A los 56 años Joaquim Soares descubrió que los años habían pasado y que la vida iba a ser solo eso. Descubrió que serí...
A los 56 años Joaquim Soares descubrió que los años habían pasado y que la vida iba a ser solo eso. Descubrió que sería igual a todos los otros hombres. Tal vez se haya dado cuenta demasiado tarde. Creyó por mucho tiempo que el hecho de haber estudiado a Platón, las leyes de Newton y el Big Bang lo volvería una persona más profunda e iluminada. Pero, cuando se da clases por treinta años en liceos públicos, no se le puede exigir mucho a alguien, piensa. Solo que termine con dignidad aquello que comenzó. Antes que nada es necesario decir que Joaquim Soares no era un hombre triste. Era solo un hombre cansado. Aunque, luego de tantos años de liceo, todavía sintiera un cierto vigor cuando estaba frente a los alumnos, era un hombre cansado. Una persona puede soportar dos o tres tragedias en la vida. Después de eso, empecinarse en vivir suena indecoroso, piensa. A veces Joaquim creía que era un hombre afortunado, pues tuvo solo dos tragedias en su vida: la primera fue la muerte precoz del padre cuando él tenía siete años. Y la segunda fue darse cuenta de la proximidad de la vejez. Ahora evalúa si la exesposa, Elisa, fue también una tragedia o nada más que otro amor fallido. Tantas y tantas veces las heridas de amores fracasados lo mataron y tantas y tantas veces resucitó al punto de olvidarlo todo y creer nuevamente que el amor era bueno y posible. Pero a los 56 años, tenía miedo de no resistir.
Aos 56 anos Joaquim Soares descobriu que os anos haviam passado e que a vida seria aquilo mesmo. Descobriu que ele seria igual a todos os outros homens. Talvez tenha se dado conta tarde demais. Achou por muito tempo que o fato de ter estudado Platão, as leis de Newton e o Big Bang o tornaria uma pessoa mais profunda e iluminada. Mas, quando se leciona 30 anos em escolas públicas, não se pode exigir muito de alguém, ele pensa. Apenas que se termine com dignidade aquilo que começou. Antes de mais nada é preciso dizer que Joaquim Soares não era um homem triste. Era apenas um homem cansado. Mesmo que, após tantos anos de escola, ainda sentisse um certo vigor quando estava na frente dos alunos, ele era um homem cansado. Uma pessoa pode suportar duas ou três tragédias na vida. Depois disso, teimar em viver soa indecoroso, ele pensa. Às vezes Joaquim achava que era um homem de sorte, pois teve apenas duas tragédias na vida: a primeira foi a morte precoce do pai quando tinha 7 anos. E a segunda foi perceber a proximidade da velhice. Agora ele avalia se a ex-esposa, Elisa, foi também uma tragédia ou apenas mais um amor falhado. Tantas e tantas vezes as mágoas de amores malsucedidos o mataram e tantas e tantas vezes ele ressuscitou a ponto de esquecer tudo e acreditar novamente que o amor era bom e possível. Mas aos 56 anos ele tinha medo de não resistir.
Y en caso de que ese último disgusto se confirmara, tendría que tomar una decisión. Ninguna tragedia pasa impune, piensa. Joaquim Soares era profesor e iba a jubilarse. Pero antes tenía un año por delante. Y hasta entonces necesitaba hacer algo. Nunca supo lidiar bien con el fin de las cosas. A veces agarraba un almanaque y pasaba sus dedos por encima, pensaba en los feriados, cuando podía ir a la playa. Era alentador por lo menos. El mar siempre fue su conciliación con la pérdida. Y él sabía que dejar de dar clases sería una especie de muerte. La vida no es nada sin un proyecto, piensa. El suyo parecía bastante ambicioso: hacer un diario. No era una exageración. Para él, que tenía tantas dificultades con las palabras, escribir un diario y mantenerlo sí que era un desafío. El tiempo es siempre irreversible, piensa. El diario sería un modo de redimirse con las palabras que no dijo. Más que eso, el diario sería un ajuste de cuentas con el pasado y con su profesión. Una vez una alumna dijo que él decía cosas lindas y que, por lo tanto, debía poner eso en un libro. Pero él jamás podría escribir una novela. Soy un hombre de ciencia, entrenado para no ser poeta, piensa. Y tampoco tendría condiciones psicológicas ni estéticas para ello. No sabía hacer literatura. Y si un día lo intentara, tendría dificultad para distinguir las cosas, porque no sabría si lo que pensaba era literatura o apenas una observación sobre la vida.
E caso esse último desgosto se confirmasse, ele teria de tomar uma decisão. Nenhuma tragédia passa impune, ele pensa. Joaquim Soares era professor e ia se aposentar. Mas antes ele tinha um ano pela frente. E até lá precisava fazer algo. Nunca soube lidar bem com o fim das coisas. Às vezes pegava um calendário e passava os dedos, pensava nos feriados, quando podia ir à praia. Era um alento ao menos. O mar sempre foi a sua conciliação com a perda. E ele sabia que parar de dar aulas seria uma espécie de morte. A vida não é nada sem um projeto, ele pensa. O dele parecia bastante ambicioso: fazer um diário. Não era um exagero. Para ele, que tinha tantas dificuldades com as palavras, escrever um diário e mantê-lo era sim um desafio. O tempo é sempre irreversível, ele pensa. O diário seria um modo de se redimir com as palavras que não disse. Mais do que isso, o diário seria um acerto de contas com o passado e com a sua profissão. Certa vez uma aluna disse que ele falava coisas bonitas e que, portanto, devia colocar isso num livro. Mas ele jamais poderia escrever um romance. Sou um homem da ciência, treinado para não ser poeta, ele pensa. E também não teria condições psicológicas nem estéticas para isso. Não sabia fazer literatura. E se um dia tentasse, teria dificuldade em distinguir as coisas, porque não saberia se o que pensava era literatura ou apenas uma observação sobre a vida.
Una noche, entusiasmado con la posibilidad de hacer un diario, Joaquim agarra una hoja y escribe: «Tengo 56 años y estoy por jubilarme. Durante todo este tiempo vi muchos profesores abandonar el barco. Pero el hecho es que existe un tipo de profesor. Un único tipo. Aquel que resuelve, por ingenuidad o por imbecilidad, tomar el toro por las astas, permanecer en el frente de batalla. Año tras año. Y que se propone todos los días agarrar a la vida del pescuezo y sacudirla. Sé que lo más común, cuando el barco empieza a hundirse, es que las personas salten por la borda, pero oigan, aunque el barco se hunda, alguien tiene que resistir. Y fue lo que hice, por treinta años. Porque alguien se tiene que quedar para borrar el pizarrón, apagar las luces y cerrar la puerta». Cuando se lidia con alumnos durante treinta años, la lógica y el absurdo se vuelven una línea muy tenue. Pero si nada tiene sentido, la cabeza debe aprender a lidiar con eso, piensa. Y esa fue su lucha. En todos esos años de enseñanza, vio a muchos colegas desistir. Y él no los culpaba por eso. Ver generaciones y generaciones de niños y adolescentes pasar frente a uno te vuelve, en última instancia, un ser invisible, piensa. Olvidado entre el pizarrón y la tiza. En el salón de clases desaparecés para las personas. Todos creen que si estás allí teniendo que aguantar las insolencias de niños y adolescentes es porque no te fue bien en la vida.
Certa noite, estimulado com a possibilidade de fazer um diário, Joaquim pega uma folha e escreve: “Tenho 56 anos e estou prestes a me aposentar. Durante todo esse tempo vi muitos professores abandonarem o barco. Mas o fato é que existe um tipo de professor. Um tipo único. Aquele que resolve, ou por ingenuidade ou por imbecilidade, pegar o touro à unha, permanecer na linha de frente. Anos a fio. E que se propõe a todos os dias pegar a vida pela gola e sacudi-la. Sei que o mais comum quando o barco começa a afundar é que as pessoas pulem fora, mas escutem, mesmo que o barco afunde, alguém tem de resistir. E foi o que eu fiz, por trinta anos. Porque alguém tem que ficar para apagar o quadro, desligar as luzes e fechar a porta.” Quando se lida com alunos durante 30 anos, a lógica e o absurdo tornam-se uma linha muito tênue. Mas se nada tem sentido, a cabeça tem de aprender a lidar com isso, ele pensa. E essa foi a sua luta. Em todos esses anos de magistério, viu muitos colegas desistirem. E ele não os culpava por isso. Ver gerações e gerações de crianças e adolescentes passarem por você te torna, em última análise, um ser invisível, ele pensa. Esquecido entre o quadro e o giz. Na sala de aula você desaparece para as pessoas. Todos acham que se você está ali tendo que aturar os desaforos de crianças e adolescentes é porque você não deu certo na vida.
Pero a fin de cuentas vos sabés que no es eso. Sabés que estás ahí porque lo elegiste. Joaquim enseñaba física a seis grupos en un liceo público. La mayoría de los alumnos que frecuentaban sus clases eran adolescentes a los que no les había ido bien en el turno diurno. Algunos eran indisciplinados y repetidores. En la parada de ómnibus, los alumnos lo saludaban. Joaquim era para ellos el profesor al que no le gustaba dar clases. Porque ya no les rompía las pelotas a los alumnos con fórmulas y conceptos. Él mismo ya se había acostumbrado a esa imagen y, en cierto modo, eso le hacía bien. Cuando el ómnibus llegaba, los alumnos lo dejaban pasar primero. En ese momento, todos eran gentiles. «Córranse, nabos, ¿no ven que el profesor quiere pasar?», decían. Durante el recorrido, le molestaba saber que aquello que los profesores se esforzaron toda la noche en decir ya se desvanecía en sus mentes. Y ahora, mirándolos a todos, se daba cuenta de que esa fue su lucha cotidiana, la única que todavía valía la pena: hacer que su voz permaneciera en sus cabezas, lo máximo que pudiera, piensa. Pero en aquel ómnibus tuvo la impresión de nunca haber logrado influenciar a nadie. Tenía 56 años y todo lo que tenía en las manos eran los libros, algunas pruebas y unas ganas locas de tomar algo. Joaquim baja cerca de un boliche que solía frecuentar. Pide un trago. Enseguida piensa en Elisa. Y pensar en ella le hacía no prestar atención en el sabor de la caña.
Mas no fim das contas você sabe que não é isso. Você sabe que está ali porque escolheu. Joaquim lecionava física para 6 turmas numa escola pública. A maioria dos alunos que frequentavam suas aulas eram adolescentes que não deram certo no diurno. Alguns eram desajustados e repetentes. Na parada de ônibus, os alunos o cumprimentavam. Joaquim era para eles o professor que não gostava de dar aulas. Porque não enchia mais o saco dos alunos com fórmulas e conceitos. Ele mesmo já havia se acostumado com essa imagem e, de certo modo, isso fazia bem para ele. Quando o ônibus chegava, os alunos o deixavam passar na frente. Nesse momento, todos eles eram gentis. “Abram o caminho, seus idiotas, não estão vendo que o professor quer passar?”, eles diziam. No percurso, incomodava saber que aquilo que os professores se esforçaram para falar a noite inteira já se esvaía em suas mentes. E agora, olhando para todos eles, percebia que essa foi sua luta cotidiana, a única que ainda valia a pena: fazer sua voz permanecer em suas cabeças, o máximo que puder, ele pensa. Mas naquele ônibus teve a impressão de nunca ter conseguido influenciar ninguém. Estava com 56 anos e tudo que ele tinha nas mãos eram os livros, algumas provas e uma vontade doida de beber algo. Joaquim desce próximo a um boteco que costumava frequentar. Pede uma bebida. Em seguida pensa em Elisa. E pensar nela o fazia não prestar atenção no sabor da cachaça.
Pide una más. Piensa en Elisa y bebe. Entra en una especie de torbellino. El sabor amargo y la falta de Elisa. Otra. Y ya está borracho. En la embriaguez parecía lidiar mejor con la pérdida. El dolor se adormece. Vuelve a casa. Está mamado y levitante. Duerme. Se despierta de resaca con el despertador gritando. Está frío y lloviznando. Resaca, frío y lluvia: la fórmula perfecta para llamar al liceo y decir que está enfermo. Pero no. Joaquim se levanta porque no le gusta faltar. En el camino al liceo, siente una especie de rabia de sí mismo por volver al abismo: la falta de Elisa. Tal vez porque diez años de convivencia fuera mucho tiempo para olvidar así nomás, se consuela. Se resignaba e intentaba comprender el fin nuevamente. Regresaba al pasado. Analizaba pormenores de la relación: las discusiones, los silencios y las heridas. No amé bien, piensa. E incluso cuando se ama mal, todavía se puede vivir. El amor no impide la vida. Continúa porque los autos no paran, hombres y mujeres se levantan y van a trabajar. Sigue, no por valentía, sino porque no hay más remedio. Y no hay en eso ninguna enseñanza o lección que aprender. A no ser domar la tristeza y aceptar convivir con ella, piensa. Pero el hecho es que Elisa venía a sus pensamientos en los momentos menos oportunos. El luto de los lugares todavía permanecía en él. Y tal vez esa fuera su última lección antes de jubilarse: no influenciar más a sus alumnos, sino dejarse influenciar por ellos. Contagiarse de sus ingenuidades y ver con espanto las cosas de nuevo por primera vez.
Pede mais uma dose. Pensa em Elisa e bebe. Entra numa espécie de roda-viva. O sabor amargo e a falta de Elisa. Outra dose. E logo está bêbado. Na embriaguez parecia lidar melhor com a perda. A dor é amortecida. Volta para casa. Está alto e flutuante. Dorme. Acorda de ressaca com seu despertador gritando. Está frio e chuviscando. Ressaca, frio e chuva: a fórmula perfeita para ligar para escola e dizer que está doente. Mas não. Joaquim levanta porque não gosta de faltar. No caminho para escola, sente uma espécie de raiva de si mesmo por voltar ao abismo: a falta de Elisa. Talvez porque 10 anos de convivência fosse muito tempo para esquecer assim, ele se conforta. Resignava-se e tentava compreender o fim novamente. Regressava ao passado. Analisava minúcias do relacionamento: as discussões, os silêncios e as mágoas. Não amei certo, ele pensa. E mesmo quando se ama mal, ainda se pode viver. O amor não impede a vida. Continua-se porque os carros não param, homens e mulheres se levantam e vão trabalhar. Segue-se, não por bravura, mas porque não há o que fazer. E não há aí nenhum ensinamento ou lição a ser aprendida. A não ser domar a tristeza e aceitar conviver com ela, ele pensa. Mas o fato é que Elisa vinha em seus pensamentos nos momentos mais impróprios. O luto dos lugares ainda permanecia nele. E talvez essa fosse a sua última lição antes de se aposentar: não mais influenciar seus alunos, mas deixar influenciar-se por eles. Contagiar-se por suas ingenuidades e perceber com espanto as coisas novamente pela primeira vez.
Y en las clases, tal vez, superar la calle en que caminaban, la panadería en la que tomaban café, el cajero electrónico del que sacaban dinero, el parque en invierno. Todo aún allí dentro suyo. Aún tambaleando, intentando superar en una clase con niños y adolescentes las sobras de un afecto. Él, que un día pensó que a los 56 años iba a saber lidiar con el fin de las cosas. Pero el dolor no elige edad para querer doler, piensa. En la parada, mientras esperaba el ómnibus, tuvo un impulso de llorar. Pero él era un hombre anticuado. Y los hombres anticuados no lloran en paradas de ómnibus. No por ser macho ni por ninguna prueba de virilidad, sino porque no queda bien que un hombre anticuado llore en público, piensa. Luego del liceo, en la vuelta a casa, mantiene la cabeza gacha, pero aun así no llora. Los sonidos y gritos de la ciudad lo agreden. No se puede andar triste por las calles del centro. Las personas no aceptan eso. En todo momento la mano de alguien intenta encajarle algo. Un dolor no puede ser interrumpido por un panfleto, piensa. Él sabía que, si un día llevara a cabo aquel diario, no contaría historias edificantes sobre su práctica en clase. Nunca provocó grandes cambios en sus alumnos. Los cambios fueron siempre pequeños y silenciosos. No se equivoquen porque no soy aquel de las películas estadounidenses en las que los profesores dan vuelta la partida frente a las situaciones más adversas y hostiles. No, para nada, no soy de esos, piensa.
E nas aulas, talvez, superar a rua em que caminhavam, a padaria em que tomavam café, o caixa eletrônico em que pegavam dinheiro, o parque no inverno. Tudo ainda ali dentro dele. Ainda cambaleando, tentando superar numa sala com crianças e adolescentes as sobras de um afeto. Ele que um dia pensou que aos 56 anos saberia lidar com o fim das coisas. Mas dor não escolhe idade quando quer doer, ele pensa. Na parada, enquanto esperava o ônibus, teve um assomo de chorar. Mas ele era um homem antigo. E homens antigos não choram em paradas de ônibus. Não por macheza ou por qualquer prova de virilidade, mas porque não fica bem um homem antigo chorando em público, ele pensa. Depois da escola, na volta para casa, mantém a cabeça baixa, mas ainda assim não chora. Os sons e gritos da cidade o agridem. Não se pode andar triste pelas ruas do centro. As pessoas não aceitam isso. A todo o momento a mão de alguém tenta lhe empurrar algo. Uma dor não pode ser interrompida por um panfleto, ele pensa. Ele sabia que, se um dia levasse a cabo aquele diário, não contaria histórias edificantes sobre sua prática em aula. Nunca promoveu grandes mudanças em seus alunos. As mudanças foram sempre pequenas e silenciosas. Não se enganem porque não sou aquele dos filmes estadunidenses em que os professores viram o jogo diante dos ambientes mais adversos e hostis. Não mesmo, não sou desses, ele pensa.
Pero admiraba a quien intentara imitarlos. La única cosa que hizo fue intentar mostrarles algo que valiera la pena. Y nada más. Treinta años. Sin medallas. Sin honores. Nada. Él sabía que no había sido un gran profesor. Entabló durante años una guerra particular. Pero cumplió la tarea. No abandonó el barco. Y creía que eso ya lo redimía de las malas clases que dictó. Durante muchas noches, Joaquim tomó el teléfono pensando en llamar a Elisa, pero titubeaba. Siempre titubeaba. ¿Pero hasta cuándo? «La recaída es solo para los fuertes», recordó la frase leída en algún lugar. Se fue a la cama. Apagó la luz. Se acostó más temprano, y eso ya era algo. En la oscuridad abrió los ojos. Mañana va al médico a llevar unos exámenes, hace meses que siente un dolor raro en el pecho. Prende la luz. Mira el almanaque. Faltan ocho meses. Ocho meses. Ahora son las tres de la mañana y está de nuevo sin sueño, agarra el lápiz y piensa que debería continuar su diario.
Traducción de Federico Sörensen.
Mas admirava quem tentasse imitá-los. A única coisa que fez foi tentar mostrar a eles algo que valesse a pena. E foi só. 30 anos. Sem medalhas. Sem honrarias. Nada. Ele sabia que não tinha sido um grande professor. Travou durante anos uma guerra particular. Mas cumpriu a tarefa. Não abandonou barco. E achava que isso já o redimia das aulas ruins que ministrou. Por muitas noites Joaquim pegou o telefone pensando em ligar para Elisa, mas hesitava. Sempre hesitava. Mas até quando? “A recaída é só para os fortes”, lembrou da frase lida em algum lugar. Foi para a cama. Desligou a luz. Deitou mais cedo, e isso já era alguma coisa. No escuro abriu os olhos. Amanhã ele vai ao médico levar uns exames, há meses sente uma dor esquisita no peito. Acende a luz. Olha para o calendário. Faltam oito meses. Oito meses. Agora são três horas da manhã e está novamente sem sono, pega o lápis e pensa que deveria continuar seu diário.