Unas piernas muy atractivas, enfundadas en medias de nailon color carne. La falda, muy corta. La muchacha, joven y bonita, con cara despabilada. Junto a ella, e...
Unas piernas muy atractivas, enfundadas en medias de nailon color carne. La falda, muy corta. La muchacha, joven y bonita, con cara despabilada. Junto a ella, el novio —también joven, pero no bonito ni despabilado. Los dos en un banco largo con respaldo. Yo, en otro banco largo con respaldo, sentado exactamente frente a la muchacha.
Yo tenía el estado de ánimo que puede tener un tipo a cuya madre en ese momento están a punto de operar, o ya estarán operando, a pocos pasos de allí, en el sanatorio de la mutualista. En ese preciso estado de ánimo —detallemos, hasta donde es posible: depresión, impotencia, dolor, miedo, angustia, aburrimiento, impaciencia, odio— la percepción que yo podía tener de la muchacha la hacía asemejable a un insecto. Con todo, ese foco perverso que uno lleva adentro nunca se apaga del todo, y sé que había una zona de alerta, una especie de distraída inspección de lo que podría considerarse una zona prohibida. La zona prohibida era una masa de sombras sugestivas bajo la falda, una penumbra que no dejaba ver pero que tampoco decididamente ocultaba. Sugería. Creaba un campo apropiado para la ensoñación.
Después, la muchacha empezó el juego de las piernas. Comenzó lentamente, mientras el novio todavía estaba despierto; cruza y descruza, junta y traslada, abre y cierra; muestra la zona prohibida un poco más, la sugestión es casi exhibición, pero siempre se detiene en un límite impreciso —como imprecisa era también la impresión de un olor a medias de nailon calentadas por piernas bronceadas al sol, de la que no puedo decir que haya habido una base real.
Umas pernas muito atraentes enfiadas em meias de náilon cor de carne. A saia, muito curta. A moça, jovem e bonita, com cara espevitada. Junto dela, o namorado — também jovem, mas não bonito nem espevitado. Os dois em um banco comprido com encosto. Eu, em outro banco comprido com encosto, sentado exatamente em frente à moça.
Eu tinha o estado de ânimo que pode ter um sujeito cuja mãe nesse momento estão a ponto de operar, ou já estão operando, a poucos passos dali, no hospital do convênio. Com esse preciso estado de ânimo — detalhemos, até onde é possível: depressão, impotência, dor, medo, angústia, tédio, impaciência, ódio — a percepção que eu podia ter da moça a tornava semelhável a um inseto. Contudo, essa chama perversa que trazemos dentro de nós nunca se apaga totalmente, e sei que havia uma zona de alerta, uma espécie de distraída inspeção do que poderia considerar-se uma zona proibida. A zona proibida era uma massa de sombras sugestivas sob a saia, uma penumbra que não deixava ver, mas que tampouco decididamente ocultava. Sugeria. Criava um campo apropriado para o devaneio.
Depois, a moça iniciou o jogo das pernas. Começou lentamente, enquanto o namorado ainda estava acordado; cruza e descruza, junta e translada, abre e fecha; mostra a zona proibida um pouco mais, a sugestão é quase exibição, mas sempre se detém em um limite impreciso — como imprecisa era também a impressão de um cheiro de meias de náilon aquecidas por pernas bronzeadas ao sol, da qual não posso dizer que houvesse uma base real.
Pero ya no tiene sentido describir la escena, porque un tiempo después de estos hechos se filmó Bajos instintos, aquella película donde Sharon Stone practica un idéntico juego de piernas para un grupo de policías. Si la película hubiera existido en ese entonces, yo habría pensado con maldad que la chica estaba imitando a Sharon Stone, y me habría reído mentalmente de su estúpida osadía. Pero como la chica fue primero, aun reconociendo que Sharon Stone realizó el juego de las piernas con un arte magistral, me queda la idea de que la chica aquella lo hacía mejor. Sin duda, lo hacía mejor.
Mantuve todo el tiempo una expresión distante y digna, especialmente en beneficio del novio. Mi vista vagaba por todos los rincones del pasillo pintado de colores burdos y se entretenía con cualquier trocito de pintura descascarada o con algún terrible diseño de baldosa. De vez en cuando, como al azar, inspeccionaba el terreno prohibido, y debo decir que la chica con su perseverancia y su arte fue logrando que me distrajera bastante de mis ideas lúgubres. El azar me fue llevando cada vez con mayor frecuencia por los dominios de la zona prohibida, y la sugestión del olor a nailon calentado por pierna se hizo todavía más íntima y sutil.
Mas já não tem sentido descrever essa cena, porque um tempo depois desses feitos se filmou Instinto Selvagem, aquele filme no qual Sharon Stone pratica um idêntico jogo de pernas para um grupo de policiais. Se o filme existisse então, eu teria pensado com maldade que a jovem estava imitando Sharon Stone, e teria rido mentalmente de sua estúpida ousadia. Mas como a jovem o fez primeiro, mesmo reconhecendo que Sharon Stone realizou o jogo de pernas com uma arte magistral, tenho para mim que aquela jovem o fazia melhor. Sem dúvida, o fazia melhor.
Mantive todo o tempo uma expressão distante e digna, especialmente em cortesia ao namorado. Meu olhar vagava por todos os cantos do corredor pintado de cores grosseiras e se entretinha com qualquer pedacinho de pintura descascada ou com algum terrível desenho de azulejo. De vez em quando, como ao acaso, inspecionava o terreno proibido, e devo dizer que a jovem com sua perseverança e sua arte foi conseguindo que me distraísse bastante das minhas ideias lúgubres. O acaso foi me levando cada vez com mais frequência pelos domínios da zona proibida, e a sugestão do cheiro de náilon aquecido por perna tornou-se ainda mais íntima e sutil.
Después el novio se quedó dormido y de inmediato la chica se desinhibió por completo; siempre fingiendo movimientos casuales y distraídos, como si el asiento le resultara muy incómodo, iba abriendo y cerrando las piernas en distintas posiciones, como para que yo eligiera; fue extremando el juego a tal punto que veces parecía que me quisiera mostrar el alma. Ahora yo podía mirarla a los ojos para tratar de ver qué me decían, pero ella no entró en ese otro juego que, aunque no se crea, es más peligroso. Nunca me miró directamente, aunque sé que controlaba segundo a segundo el grado de mi atención con su visión periférica. Mantenía la cara impávida, con ese gesto medio humorístico que saben tener algunas mujeres cuando quieren aparecer distraídas pero al mismo tiempo quieren que uno advierta que la distracción es fingida. Su mirada pasaba por encima y a derecha o izquierda de mi cabeza, y se perdía en un romántico infinito escondido en la pared descascarada a mis espaldas.
Más tarde, el novio se despertó, se levantó y se fue. Ella se quedó, pero terminó el juego en ese preciso instante. Permaneció sentada quietita, con las piernas bien juntas, la falda lo más baja posible y la mirada clavada en el piso, como una buena monja.
Entendí que yo había recibido todo lo que me era dado recibir, agradecí mentalmente a la chica y a Dios y, ya con otro estado de ánimo, me fui para la cantina del sanatorio en busca de un sándwich.
Depois o namorado adormeceu e de imediato a jovem se desinibiu por completo; sempre fingindo movimentos casuais e distraídos, como se o assento lhe resultasse muito incômodo, ia abrindo e fechando as pernas em distintas posições, como se quisesse que eu escolhesse; foi extremando o jogo a tal ponto que às vezes parecia querer mostrar-me a alma. Agora eu podia olhá-la nos olhos para tentar ver o que me diziam, mas ela não entrou nesse outro jogo que, embora não se acredite, é mais perigoso. Nunca me olhou diretamente, ainda que eu saiba que controlava segundo a segundo o grau da minha atenção com sua visão periférica. Mantinha a cara impávida, com esse gesto meio humorístico que sabem ter algumas mulheres quando querem mostrar-se distraídas mas ao mesmo tempo querem que se perceba que a distração é fingida. Seu olhar passava por cima e à direita ou à esquerda de minha cabeça, e se perdia em um romântico infinito escondido na parede descascada às minhas costas.
Mais tarde, o namorado acordou, se levantou e foi embora. Ela ficou, mas terminou o jogo naquele preciso instante. Permaneceu sentada quietinha, com as pernas bem juntas, a saia o mais baixo possível e o olhar cravado no chão, como uma boa freira.
Entendi que eu tinha recebido tudo o que me era dado receber, agradeci mentalmente à jovem e a Deus e, já com outro estado de ânimo, me dirigi à cantina do hospital em busca de um sanduíche.
Tradução de Giordana Antônia Sfredo.