Entrevista con Sergio Faraco
Sergio Faraco es un inmenso nombre de las letras: además de escritor, es un gran traductor. Desde su primera publicación con el libro Idolatria (Cadernos do Extremo Sul, 1970) ya se avizoraba su destacado futuro, especialmente como cuentista. No es casualidad que su cuento homónimo forme parte de la antología Os cem melhores contos brasileiros do século (Objetiva, 2001).
A sus 23 años fue invitado a estudiar en el Instituto Internacional de Ciencias Sociales en Moscú, como parte de un programa para extranjeros del Partido Comunista de la Unión Soviética. Esa experiencia fue retratada en Lágrimas na chuva: uma aventura na URSS (L&PM, 2002). Más tarde, de nuevo en Brasil, ya habiendo publicado sus primeros libros, se formó en Derecho.
Faraco ha sido una inspiración para el cine, es así que tres películas (Travessia, 2002; A dama do Bar Nevada, 2005; Um aceno na garoa, 2006) están basadas en parte de su obra. Ha recibido grandes premios y su obra fue traducida y publicada en Alemania, Argentina, Bulgaria, Chile, Colombia, Cuba, Estados Unidos, Italia, Paraguay, Portugal, Uruguay y Venezuela.
Como traductor ha realizado un profuso trabajo: del español llevó al portugués a los argentinos Mempo Giardinelli y Roberto Arlt, el venezolano Eugenio Montejo, la paraguaya Raquel Saguier, entre otros destacados autores de Hispanoamérica. Asimismo, tiene en su haber de traducciones a varios autores uruguayos, como Carlos Maggi, Eduardo Acevedo Díaz, Mario Arregui, Horacio Quiroga, Idea Vilariño, Eduardo Galeano y Juan José Morosoli; este último motiva nuestra entrevista para esta edición de Pontis.
¿Por qué le interesó traducir literatura uruguaya?
Debo decir que, en principio, no tengo un gran conocimiento sobre la literatura uruguaya, su historia, su actualidad. Mi interés siempre se limitó a obras de algunos autores, ya fuera como lector (Florencio Sánchez, Onetti, Benedetti, Felisberto Hernández, Paco Espínola) o como traductor (Arregui, Morosoli, Quiroga, Galeano, Vilariño, entre otros). El primer autor uruguayo que traduje fue Mario Arregui. A fines de 1976 fui a Bella Unión a visitar a unos familiares, pero llegué a la ciudad en un momento delicado. Ese día había un velorio de un estudiante y un profesor locales asesinados por la dictadura militar, Saúl Facio y Dante Porta, al que casi todos mis parientes habían ido. Uno de los que no fueron salió a caminar conmigo y entramos en una tienda que también era una librería. Allí compré dos o tres libros de Arregui. Tiempo después, empezamos a escribirnos y a organizar una antología de sus mejores cuentos. La ficción de Arregui es un tanto irregular, pero el libro en el que trabajamos durante nueve meses —un embarazo—, y que fue publicado en Rio de Janeiro en 1982 y reeditado en Porto Alegre en 2012, es excepcional y aquí [en Brasil] es reconocido como una de las grandes expresiones de la literatura sudamericana. Las otras
traducciones tuvieron una motivación diferente, algunas fueron a pedido de los autores y otras, las más importantes, por sugerencias de estimados amigos uruguayos como Julián Murguía, Heber Raviolo y Pablo Rocca.
¿Qué características de la literatura de Morosoli lo llevaron a traducirlo?
La iniciativa no fue mía. Creo que debe de haber sido de Raviolo o de Rocca, tanto es así que ambos participaron de la edición brasilera, el primero con el prólogo y el segundo con el epílogo. La elección de los cuentos fue mía. Sin embargo, si hubiera leído a Morosoli antes de las sugerencias, lo habría traducido de todos modos. Sus cuentos son inolvidables, conmueven profundamente al lector por los sentimientos que marcan las pequeñas y anónimas vidas de sus personajes, reconstruidas con la ternura y la grandeza del soberbio escritor que fue Morosoli. En Brasil, especialmente en el sur, tiene incontables e incondicionales admiradores. Supe que uno de ellos fue a Minas tan solo para visitar su tumba.
¿Cuáles fueron los principales desafíos de la traducción de Morosoli?
Sus cuentos, desde el punto de vista de quien los traduce, presentan dos cuestiones que exigen atención y destreza. La primera es la aparente simplicidad de su vocabulario y de sus estructuras oracionales, y esto es algo que, eventualmente, podría facilitar el trabajo del traductor. No obstante, he aquí la segunda cuestión, de eso podría surgir un problema: el traductor está frente a un texto que parece ser simple, pero el asunto es que él tiene que reproducir esa simpleza en otro idioma. Para lograr esa adecuación, las palabras y las oraciones no siempre pueden ser las mismas. Lo que quiero decir es que, para el traductor, los cuentos de Morosoli tienen muchas artimañas.
¿Cuáles son las particularidades de traducir en el par de lenguas español-portugués?
Me parece que la principal dificultad es la semejanza entre los dos idiomas, que muchas veces lleva al traductor brasilero a escribir con rasgos del español. La consecuencia de esta impericia es que, leyendo en portugués, el lector brasilero no encuentra el mismo efecto que la obra produjo en el lector de la obra original. Ya no hago traducciones —la última fue la nueva versión de As veias abertas da América Latina, en 2010—, pero cuando las hacía tenía un lema para determinadas situaciones: es necesario traicionar para ser fiel. Es decir, lo que se quiere conservar, esencialmente, es el efecto del texto y no necesariamente el texto en términos absolutos. De todos modos, es necesario que se respete cierto margen en esa «traición», para no correr el riesgo de descuidar algo tan crucial como las características narrativas del autor.
¿Cuál es su opinión sobre las notas del traductor o los glosarios? ¿Son necesarios? ¿Cuándo?
Pienso que no debe haber un reglamento rígido al respecto, cabe al traductor juzgar si algo necesita un complemento. Me acuerdo de haber hecho varias notas en Bernabé, Bernabé!, de Tomás de Mattos. Eran necesarias, aclaraban referencias que, para el lector brasilero, serían enigmáticas. Yo mismo no sabía lo que significaban y tuve que consultar a Tomás o a Julián Murguía. Recuerdo también haber realizado unas pocas notas cuando traduje a Horacio Quiroga. En las obras de Eduardo Galeano no las hacía, él odiaba las notas al pie y me pidió que nunca lo hiciera.
Como traductor de extensa trayectoria, ¿qué consejos les daría a los traductores literarios en formación?
No sé si mis experiencias pueden ser útiles para quien esté empezando a traducir, pero entiendo que mis respuestas anteriores refieren a procedimientos generalmente imperiosos. Principalmente, traducir es como escribir novelas, cuentos, ensayos, se construye un puente para llegar al territorio del lector. Esa construcción es una ingeniería muy personal, cada uno la ejecuta de la forma que sabe o que puede.
A dama do Bar Nevada. Porto Alegre: L&PM, 1987. Prêmio Galeão Coutinho.
A lua com sede. Porto Alegre: L&PM, 1993. Prêmio Henrique Bertaso.
Contos completos. Porto Alegre: L&PM, 1995. Prêmio Açorianos de Literatura, cat. Cuento.
Dançar tango em Porto Alegre. Porto Alegre: L&PM, 1998. Prêmio Nacional de Ficção.
Rondas de escárnio e loucura. Porto Alegre: L&PM, 2000. Premio de la 46.a Feira do Livro de Porto Alegre (obra de ficción) y Prêmio Açorianos de Literatura, categoría Cuento.
Lágrimas na chuva: uma aventura na URSS. Porto Alegre: L&PM, 2002. Prêmio Érico Veríssimo, seleccionado Livro do Ano por el periódico Zero Hora y elegido por los internautas del sitio ClicRBS como el mejor libro riograndense.
Contos completos. Porto Alegre: L&PM, 2004. 2.a ed. ampliada. Prêmio Livro do Ano en el evento O Sul e os Livros.